jueves, 23 de enero de 2014

Críticas (I): LA GRAN BELLEZA

La Grande Bellezza. Italia, 2013. 142 minutos. Dirección: Paolo Sorrentino. Reparto: Toni Servillo; Carlo Verdone; Sabrina Ferilli; Serena Grandi; Isabela Ferrari; Giulia Di Quilio. Guión: Paolo Sorrentino y Umberto Contarello. Música: Lele Marchiteli. Fotografía: Luca Bigazzi. Montaje: Cristiano Travaglioli. Premios: Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa. Cuatro premios en los Premios del Cine Europeo: Mejor Película; Mejor Director, Mejor Actor (Servillo); Mejor Montaje. Nominada al Óscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa. Nominada al Goya a la Mejor Película Europea. 


Parece que el Ferragosto es productivo para los artistas italianos. Quedarse en Roma todo el mes de agosto, con la canícula a todo gas, debe de ser una experiencia tan al límite, que los cuerpos exudan todas las toxinas y se quedan como liberados, dispuestos para dejar que los sentidos tomen el mando. Las películas concebidas durante el Ferragosto son raras. Basta ver Querido Diario, de Nanni Moretti, extraordinaria película sobre un hombre solo en el verano romano que comienza a sufrir un prurito en un brazo y termina sufriendo cáncer. La Gran Belleza también tiene todos los ingredientes para calificarla de "película del Ferragosto". 
Yo estuve a punto de probar el Ferragosto. Me fui de Roma dos días antes de que comenzase agosto. Aún así, pude presenciar cómo se comportan los romanos en esa época del año tan romana. Caminan inseguros, como si estrenaran las piernas. Se detienen cada poco, en esas avenidas largas, que parecen terminar en otra dimensión. Se paran a la puerta de los cafés, de las heladerías, bajo los árboles. Los brazos se les desparraman a lo largo del tronco, como si quisieran desprenderse del cuerpo y vagar bajo el sol, que no es sol, sino otra estrella distinta a la que alumbra al resto del mundo. Y así transcurren los días hasta que, como dicen en la película, "comienza a llover a finales de agosto". 
Y es que La Gran Belleza es, sobre todo, una película sobre Roma escrita por un romano bajo el influjo, a veces pegajoso y brusco, del verano en la ciudad. Ay, la publicidad, qué estragos hace en el cine. Sorrentino se queja del turismo que atiborra Roma en verano (hay que estar mal de la azotea para ir en verano a Roma, os lo digo yo, que estoy mal de la azotea) y, sin embargo, fotografía como postales los lugares más turísticos de la ciudad. "Mata" a un japonés al comienzo de la película, y sin embargo uno de los personajes llega a decir "el auténtico romano es el turista". Qué sé yo, cosas veredes. La estrambótica y exagerada fiesta con la que arranca la acción, al ritmo de Para hacer bien el amor de la gran Raffaella, recuerda irresistiblemente un anuncio de una conocida marca de vermú hasta que, ¡caramba!, en un plano sale el logotipo enterito y enorme. Y luego en otro plano, y luego en otro... En fin, yo comprendo que para alquilar un ático frente al Coliseo y rodar ahí media película hay que tener pasta, pero un poquito más de discreción, Sorrentino. En todo caso, millones de personas pasan cada mes frente al ático en el que se ruedan las escenas de los despiporres que se monta el protagonista, y estoy seguro de que ni una ínfima parte conoce su existencia. Y es que Roma da esa sensación de una y múltiple, de recoveco, de laberinto, de trastienda. Se adivina que la ciudad esconde cosas. De hecho, parece que cada mañana aparecen calles y edificios nuevos, que hubieran construido durante la noche. Ese aspecto lo capta muy bien Sorrentino en esos largos paseos que da el protagonista, y que son epifanías continuas, el tronco de la película. Otro aspecto que desarrolla muy bien el director es el movimiento continuo que se despliega en Roma. En efecto, los romanos siempre parecen estar yendo a algún sitio, generalmente todos al mismo, y también da la sensación de que nunca logran llegar. "Me voy. Roma ha terminado por aburrirme", dispara uno de los personajes. 


Cuando terminó la película me dio la sensación de que me hubiese gustado mucho más leerla que verla. De hecho, La Gran Belleza tiene pasajes literarios de una calidad altísima, a la altura de Thomas Mann o del propio Celine, una de cuyas citas, un extracto de esa obra maestra de la literatura universal titulada Viaje al Fin de la Noche, abre la película. Me da la sensación de que Sorrentino quiso que La Gran Belleza fuese novela y no película, pero éso habría que preguntárselo a él. Desde luego, las imágenes no soportan gran parte de lo que quiere comunicar Sorrentino. Porque La Gran Belleza nos habla de ese momento, que muchos sufrimos alguna vez, en el que nos damos cuenta de que las cosas que amábamos ya no son bellas, ni tampoco las amamos, o simplemente las estimamos, y que se abre entonces un abismo ante nosotros por el que corremos el riesgo de caer. La única solución es cambiar, pero es tan difícil cambiar... Si la primera epifanía del ser humano es la de ver su imagen reflejada en un espejo, existe no obstante una segunda, que es comprobar que la espuma de los días se ha secado y el mar bate ahora tranquilo. Ese mar que Jepp Gambardella, el snob escritor y periodista romano que capitaliza el film (todo un tour de force del actor Toni Servillo, estupendo a lo largo de toda la película) observa cuando mira al techo de su lujoso apartamento, a modo de Capilla Sixtina de la decadencia.
Durante la proyección de la película, la inmortal Gymnopedie 1 de Satie me repiqueteó sin cesar en el cerebro. 


Y es que La Gran Belleza es una gigantesca gimnopedia. Siempre que escucho la pieza de Satie me viene a las mientes la añoranza de los momentos de gozo, en un futuro lejano, cuando ya los miembros no nos respondan y sólo funcione el cerebro, en el mejor de los casos. Y esa terrible decepción es la que inunda toda la película. Repleta de cincuentones y sesentones que se comportan como adolescentes, La Gran Belleza es una reflexión sobre en qué momento hemos perdido la capacidad de sentir placer, una de las grandes taras del género humano. 


Gambardella, un nuevo rico, que vive de una novela que escribió hace casi treinta años y de los artículos y entrevistas que realiza para una revista para pijos, sufre un auténtico cataclismo interior. Dispara dardos, humilla a sus amigos, a la gente que entrevista. Sólo mecanismos de defensa. Como un cáncer de alma, a Gambardella la vida ya no le sirve. La esperanza es vana. Sí, hay una luz en la película: la madura stripper, la fantástica Sabrina Ferilli. Es una posibilidad de recuperar el placer, pero es efímero. Está enferma y fallece justo cuando todo parecía reconducirse para Gambardella. 
La gran belleza. ¿Qué es la gran belleza? Esa búsqueda por parte del protagonista es la espina dorsal de la película. ¿Son los flamencos en emigración que, al final de la película, anidan en su terraza? ¿Es la carne en movimiento en sus desenfrenadas fiestas? ¿Es la juventud fresca y salvaje? ¿Es la estética? No. La gran belleza es, quizá, una bandada de estorninos que dibujan abecedarios en el cielo. O los pechos de tu primera novia, o el aroma de sus cabellos. Es, en definitiva, todos los "yos" que en el mundo han sido. Lo inasible que nos edifica a todos. Las "vibraciones" de las que habla la artista a la que entrevista Gambardella, y de la que se mofa. La gran belleza era aquello, pero ahora me doy cuenta.


                                     

Corolario
Pretendidamente Felliniana, no tanto en fondo como en estética (hay incluso planos calcados de 8 y Medio, La Dolce Vita o Roma), La Gran Belleza adolece, en mi opinión, de algo dramático para un director de cine: la imposibilidad de expresar en imágenes lo que quiere contar. Es por eso que es una película de una puesta en escena apabullante, pero flaquea por el lado narrativo. Le sobran unos veinte minutos, algo de petulancia e intelectualismo de manual. El guión se pierde un poquito, fluctúa, se reencuentra... En todo caso, es una película notable, que seguramente se lleve el Óscar, y que nos deja ahí, latente, la pregunta: ¿Es la vida que llevas la que quisieras llevar? En todo caso, a los diez minutos, a lo sumo, te dejas de hacer la pregunta. 

Corolario bis
Excepcional medida la de poner a mitad de precio la entrada a los cines todos los miércoles. Excepcional. En el pase al que asistí, éramos unas cuarenta personas cuando, en condiciones normales, o sea, el resto de días, apostaría a que no pasan de diez. Es una película en la que pasan cosas, no hay tiros ni explosiones, en fin, ya se sabe... Sin embargo, todo lo excepcional tiene su lado negativo: y en este caso es la pareja parlanchina. Al cine hay que ir hablado de casa. Hombre, no voy a pedir, como pensaba de (más) joven, que se abra una trampilla bajo el asiento y que se caigan a un foso lleno de cocodrilos pero, por favor, en pleno siglo XXI, ¿Cómo es posible que no exista un detector de "pesaos", un sensor que si se sobrepasan, no sé, dos comentarios en voz alta, active un par de mazas que golpeen en la cabeza a los individuos? Aunque sea uno de eso de plástico que hacen ñic ñic ñic. Es más: que sean uno de esos de plástico. Mejor aún. 



2 comentarios:

  1. Dudaba entre verla y no, pero después de leerte no me queda otra que verla para rebatirte o no.
    un beso

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  2. Espero que sea para rebatirme. Un beso, Vero

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