viernes, 10 de octubre de 2014

CRÍTICAS (V): "LA ISLA MÍNIMA"

La Isla Mínima. España, 2014, 105 minutos. Dirección: Alberto Rodríguez. Reparto: Javier Gutiérrez; Raúl Arévalo; Nerea Barros; Antonio De la Torre; Jesús Castro; Manolo Solo; Jesús Carroza; Cecilia Villanueva; Salvador Reina; Juan Carlos Villanueva. Guión: Alberto Rodríguez & Rafael Cobos. Música: Julio De la Rosa; Fotografía: Alex Catalán. Montaje: José M. G. Moyano. Color. 



INTRODUCCIÓN

Alberto Rodríguez es un director áspero, pero con clase. Es áspero, porque los temas que elige lo son. Pero tiene elegancia a la hora de ponerlos en escena. Es un director español diferente: pocos, hasta ahora, habían descrito la lucha del individuo contra el mundo que le rodea de manera tan sedosa. Es esa mezcla la que hace que películas como Siete Vírgenes o Grupo 7 sean tan atractivas.
En La Isla Mínima, Rodríguez narra un hecho tan aberrante como el secuestro, violación, tortura y asesinato de dos adolescentes con un estilo tan etéreo que parece que estemos asistiendo a un documental sobre París. En este sentido, y no parece una idea tan descabellada, la película me recuerda a Chinatown, la obra maestra de Polanski. Una película violenta, sí, pero en la que tan sólo se oye un disparo y es al final. Como Jack Nicholson, los detectives que investigan el caso en la obra de Alberto Rodríguez pasean por los vericuetos de su conciencia antes de encarnizarse en encontrar al culpable.

MARISMAS DEL GUADALQUIVIR, AÑOS 80

El director sevillano llegó a reconocer que el guión primigenio se desarrollaba en la actualidad (sería curioso ver el resultado si se hubiese rodado ese texto. Me imagino una película aún más ambiciosa). Sin embargo, una vez terminado, Rodríguez vio que aquéllo no funcionaba. Nunca ha aclarado por qué. Así que reescribió el guión situándolo en la España de los primeros años 80. Una España en plena confusión, y con el franquismo aún latente, incluso más que hoy en día. El guión es magnífico y, como todos los guiones magníficos, tiene un par de fallos de difícil deglución, aunque finalmente se evaporan por el peso del resultado final. El pueblo de las Marismas del Guadalquivir en el que se desarrolla la acción está en plena ebullición. Los jornaleros se rebelan contra un patrón arbitrario y clasista. La fábrica de cangrejos está a punto de echar el cierre. Hay demasiado resquemor en el pueblo. Todos sospechan de todos. Cualquiera puede ser un confidente de la Guardia Civil o, peor aún, de ese poder omnímodo e invisible que parece dominar toda la película.
Y, en eso, un doble asesinato. Es un caso peliagudo. Dos adolescentes han desaparecido. No es la primera vez que pasa en el pueblo. Hay un extra: el drama se ha producido en lo más profundo de España: una extensión ingente de arrozales, pantanos y una fauna tan extraña como lo son los mismos habitantes de un pueblo subdesarrollado. Es un marrón, vamos. Así que la policía elige a dos detectives expedientados: uno, franquista y frío (Javier Gutiérrez), por emplear métodos de la brigada político-social (la Gestapo de Franco) en los interrogatorios. El otro, de izquierdas y confuso (Raúl Arévalo) por, probablemente, haber filtrado detalles de investigaciones a El Caso. Sin embargo, hay que estar muy atentos a un detalle: un habitante del pueblo pone en duda que el personaje de Gutiérrez haya recibido un castigo, sino que apuesta a que se le ha otorgado el caso porque es sobrino del juez Andrade, el que sigue las diligencias de la investigación. Un detalle que será importante posteriormente para desentrañar la película.


DOS VISIONES 

La Isla Mínima puede verse desde dos ópticas. Si usted ha tenido un día ajetreado, o una semana ajetreada, o una temporada ajetreada, y quiere ir al cine a evadirse, la película de Alberto Rodríguez le da esa opción. En efecto, La Isla Mínima puede verse como un thriller convencional, con un asesinato, una investigación, y un desenlace con el hallazgo de unos culpables. Momentos de tensión, de duda, de delirio, de venganza... todos los ingredientes de una película policíaca. Si se visiona desde este punto de vista, La Isla Mínima resulta porque entretiene.
Sin embargo, subyace algo mucho más grande de esta historia. Ni más ni menos que los entresijos de cómo funciona, no ya la España de los 80, sino la España actual y así el mundo. La gran interpretación de Javier Gutiérrez, Concha de Plata en San Sebastián y favorito para los Goya, extiende un abanico de posibilidades que enriquecen la película. Sus miradas, sobre todo con los padres de las víctimas (remarcable la interpretación de Nerea Barros, una compostelana que en la película parece haber nacido en las marismas mismas), invitan a pensar que él ya ha estado allí anteriormente. Hay un matiz de complicidad no sólo con la madre de las chicas, sino también con su marido. Y comienza entonces la historia "no oficial" de la película. ¿Y si ese policía ha sido enviado allí precisamente para entorpecer la investigación? Recordamos que es familia del juez que se encarga del caso. La sibilina interpretación de Gutiérrez, soberbio en el lenguaje gestual y corporal como gran actor de teatro que es (aunque sea conocido por su papel en Águila Roja) comienza a dar pistas, también sibilinas. Brutal en los interrogatorios, aunque siempre con personas que poco o nada tienen que ver con el asesinato. Manso con los poderosos. Comienza a subyacer un entramado complejo en el que demasiadas personas importantes parecen estar implicadas en el caso. Se apunta a los capos de la droga, a jueces, a terratenientes... el statu quo, en fin, de un pueblo que, en realidad, es metáfora de todo el mundo. De un poder que no se puede tocar. Una maniobra que necesita de mansos como el policía que interpreta Javier Gutiérrez, que incluso da la impresión de introducir pistas falsas para encauzar la investigación hacia un fin en el que, ¿quién sabe?, quizá paguen justos por pecadores. Pero puede que no...
En este punto, el policía que interpreta Raúl Arévalo se convierte en el protagonista de la película. Agente joven, con ideas frescas, progresista, que apuesta más por el diálogo que por la fuerza bruta en los interrogatorios. Un policía confuso, impotente ante los giros inesperados que toma el caso. Desentraña la historia a través de un periodista de El Caso que cubre la investigación. Le filtra detalles a cambio de que el plumilla le suelte antecedentes de su compañero. Se van descubriendo cosas feas. Un pasado turbio. Un pasado, en suma, de mansedumbre con los poderosos. Nada ha cambiado. El drama del personaje de Arévalo no es que la investigación se cierre aparentemente en falso cuando parecía tocar la verdad con los dedos, sino que progresivamente se va convirtiendo en su compañero. El personaje de Gutiérrez es un animal solitario, frío, enfermo del riñón, alcohólico, violento, brutal, amargado. El personaje de Arévalo comienza de manera enérgica, con una persecución de velocista tras un sospechoso, y termina mustio, desquiciado, exangüe y, finalmente, también brutal. Ese es su drama. Es imposible luchar contra el sistema. O te integras o mueres. El drama, en fin, del ser humano.

INTERPRETACIONES Y TÉCNICA

La Isla Mínima es una muy buena película por dos factores clave en el cine: la conjugación de interpretación y técnica. En cuanto a lo primero, Javier Gutiérrez se come la película. Una interpretación de matices, de miradas, de gestos, de movimientos... una interpretación de enjundia. Tanto, que un policía fascista, violento y alcohólico resulta hasta agradable. Y eso está al alcance de pocos. A su lado, Raúl Arévalo está correcto. Tiende Arévalo a creerse aquello que alguien dijo un día de que es el Sean Penn español. Tiende a la mímica y, en ocasiones, parece un personaje más de la troupe de La Hora Chanante. Pero tiene algo este actor, seguramente algo antropomórfico, que lo hace distinto. No desentona ante el gigantesco Gutiérrez. Los secundarios, todos muy bien. En cuanto a lo segundo, amén de la dirección de producción, que consiguió ambientar la película en un escenario tan complicado como las Marismas del Guadalquivir, está la maravillosa fotografía de Alex Catalán. Un prodigio: desde las imágenes aéreas de la zona hasta la dificultad de los enormes cambios de luz y de textura entre zonas exuberantes y lugares casi desérticos. La luz es un personaje más de la película.
Y luego está Alberto Rodríguez, un director con nervio, con mucho cine en sus retinas, y eso se nota, y con una sensibilidad muy especial para este oficio.
Las cosas del márketing ya se han encargado de nombrar a La Isla Mínima la mejor película español del año. Yo no lo sé porque no las he visto todas (en San Sebastián, por ejemplo, perdió la Concha de Oro en favor de otra película española, Magical Girl, de Carlos Vermut) pero, si no es cierto, al menos está muy cerca de serlo. 

2 comentarios:

  1. A mí me pareció muy buena, para que luego digan que el cine español es malo (dicho por los que no ven cine español, normalmente).

    No sé hasta qué punto se habrán inspirado en True Detective a la hora de crear el guion y el estilo de la peli, ya que son bastante cercanas en el tiempo. Aún así es capaz de dar la talla al lado de esta y eso ya es bastante.

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  2. Gracias, Adrián, por tu comentario. Coincido plenamente contigo en que los que critican al cine español es porque no lo ven. Es más, me atrevería a decir que nunca se ha hecho mejor cine en España que en la actualidad. Claro, no la que nos meten a diario por los ojos por intereses mercantilistas de las grandes cadenas de TV que se han metido a productoras. De hecho, es un milagro que una película producida por A3 Media como es "La Isla Mínima" conjugue una promoción para masas con una calidad tan remarcable. En cuanto a lo de "True Detective", sí, la comparación es inevitable. Alberto Rodríguez afirmó en una entrevista que no conocía la serie cuando escribió el guión. Vamos a creerle...

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