jueves, 9 de abril de 2015

CRÍTICAS (XI): "PRIDE", DE MATTHEW WARCHUS

Pride. Reino Unido. 2014. 119 minutos. Dirección: Matthew Warchus. Reparto: Ben Schnetzer (Mark); George MacKay (Joe); Paddy Considine (Dai); Dominic West (Jonathan); Andrew Scott (Gethin), Imelda Staunton (Hefina); Bill Nighy (Cliff); Faye Marsay (Steph). Guión: Stephen Beresford. Música: Christopher Nightingale. Fotografía: Tad Radcliffe. Montaje: Melanie Oliver. Dirección Artística: Andrea Matheson, Mark Raggett & Liz Griffiths. Vestuario: Charlotte Walter. Color. 





INTRODUCCIÓN

En 1982 Margaret Thatcher mandó sus tropas contra Argentina para conservar el dominio británico de las islas Falkland, Malvinas para los castellanoparlantes. En el alborear del verano de 1984, Margaret Thatcher envió sus tropas para sofocar la huelga de los mineros galeses y escoceses. El cerebro de Maggie funcionaba así. Ante la crisis de imagen, crear un conflicto en un lugar en pleno Atlántico o en la periferia del terruño contra gentes que, en realidad, al inglés medio le traen sin cuidado: argentinos, galeses o escoceses. Y, si son mineros, ni les cuento... 
Pride pasa de puntillas por la huelga minera, durísimamente sofocada por el gobierno, y se centra en la historia real de la colaboración entre un grupo de gays y lesbianas del Soho, todos muy chic, y los mineros de un pueblo del sur de Gales. Quiere hablar la película de la peor de las discriminaciones: la que tiene su origen en la piel. No me refiero al color, sino a lo glandular, a lo aparente. No se discrimina a los gays por sus tendencias sexuales, sino porque son considerados "sucios". No se discrimina al minero por su trabajo, sino porque éste es desarrollado con las manos, algo que no acaba de gustar a los pulcros y melifluos. Los mismos que se han inventado el término "perroflauta" para las gentes que salen a la calle a reclamar sus derechos. ¿Es el término fruto de esas reivindicaciones? No. ¿Lo es por la manera de vestir? Diría que sí. Las discriminaciones son así de fáciles.
Sin embargo, aunque el magma original sea bueno, la película se queda en nada. Tiene dos problemas esta película: el primero es que da la sensación de que el director no se toma en serio la esencia de la historia. El segundo es esa tendencia tan desagradable de revestir de "buenrollismo" hechos dramáticos en forma o fondo. Desagradable es el término primero me viene a la cabeza, aunque podría utilizar una decena más. 


QUÉ BONITO TODO

Como ocurre con todas las películas, Pride puede verse desde diversas ópticas. Si tiene digestiones pesadas, la película es ideal para un tránsito intestinal apacible. Molesta poco y, como comedieta, se deja ver. Para librarse del diminutivo, no obstante, debería someterse a la arquitectura de las comedias con mayúsculas: no hay nada más trágico que una comedia. La comedia es miserable, ruin, debe despellejar a los personajes, no es complaciente y mucho menos autocomplaciente. Y, además, hay que saber cuándo colar el chiste y, más importante aún, calcular cuánto tiempo se reirá el público. Si se suelta un chiste y se sigue hablando de continuo, las risas no dejarán oír parte del diálogo. En suma: la comedia es el arte de hacer fluir la acción, algo que Pride no consigue. Como dije antes, da la sensación de que Matthew Warchus, prestigioso director teatral en Gran Bretaña, hubiese querido hacer algo más serio con un tema que se las trae. Da el tufo la película de que la productora metió la mano, el brazo y el codo para seguir la estela de The Full Monty o la magnífica Tocando al Viento
La película empieza con un homenaje a Tiempos Modernos, de Chaplin, con ese joven timorato al que incluyen casi a la fuerza en la manifestación a favor de los gays y lesbianas. A partir de ahí, lo que podría haber sido una película instructiva y reivindicativa se convierte en una concatenación de estereotipos. Todo es manido: los gestos, las frases... todo predecible. Todo suena a juego y a artificio, a pesar de que la película se base en una historia real. Con decir que de un hecho histórico como la unión de gays, lesbianas y mineros para enfrentarse a Thatcher, permanecerá este baile rayano en el histerismo...


                                 


Es todo tan chiripitifláutico...


TRASFONDO INQUIETANTE

Sin embargo, como todas las películas, Pride también tiene un trasfondo, en este caso inquietante. En los títulos podemos advertir que la película está financiada por la Lotería Nacional británica, un órgano con no poco poder en las islas. Si uno hila fino, esa huella del gobierno conservador se nota en la película. Hay algo de rancio en todo el metraje. Un mensaje sibilino, algo así como que cualquier lucha política está bien como diversión, si quieren contárselo a los nietos (nunca mejor dicho en este caso) pero, miren, esto de ir contra las normas es algo de gente rara y excéntrica. No merece la pena. Siempre se pierde. Un tufillo retrógrado que ni la interpretación a coro del Bread and Roses, uno de los himnos del movimiento obrero, consigue mitigar.


                                   


No me gusta ese trasfondo neopijo. Tampoco ese final, que no voy a contar, pero que es tan meloso que asusta. Y tampoco que en películas basadas en hechos reales se cuente, como apostilla, qué fue de la vida de los protagonistas. Diablos, esto es cine: cuéntelo, hombre. Que lo veamos. 

En fin. Le alabo el gusto, al menos, al director o a quien haya sido el responsable, de introducir una de mis canciones preferidas de siempre, What Difference Does it Make, de los Smiths. Me rebela más una nota de la áspera guitarra de Johnny Marr que todo el metraje de Pride.


                                 



COROLARIO

Me ha costado un triunfo escribir mi opinión sobre Pride. No es fácil escribir sobre algo visto miles de veces. Les aconsejo hacer todo lo contrario a lo que se cuenta en la película. Después de todo, usted es la revolución.



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