martes, 2 de febrero de 2016

CRÍTICAS (XV): "Spotlight", de Tom McCarthy

Spotlight. EEUU, 2015. 128 minutos. Dirección: Tom McCarthy. Reparto: Michael Keaton (Walter Robinson), Mark Ruffalo (Mike Rezendes), Rachel McAdams (Sacha Pfeiffer), Brian D'Arcy James (Matt Carroll), Liev Schreiber (Marty Baron), John Slattery (Ben Bradley), Stanley Tucci (Mitchell Garabedian), Jamey Sheridan (Jim Sullivan), Billy Crudup (Eric McLeish), Neal Huff (Phil Saviano), Jimmy LeBlanc (Patrick McSorley), Michael Cyril Creighton (Joe Crawley). Guión: Josh Singer & Tom McCarthy. Música: Howard Shore. Montaje: Tom McArdle. Fotografía: Masanobu Takanayagi. Dirección Artística: Mychaela Chayne, Vanessa Knoll & Shane Vieau. Color. 



INTRODUCCIÓN

El verano de 2001 en Boston fue tibio y lluvioso. Las gentes caminaban despreocupadas por las calles. En el Boston Globe se realiza algún cambio. El Times ha comprado el periódico y el viejo director se jubila. Por lo demás, todo es decentemente mediocre. Noticias leves, el béisbol... El equipo de investigación, llamado spotlight (algo así como "en el candelero"), lo forman cuatro personas. Walter Robinson, el jefe, un cincuentón que se mueve bien entre las altas esferas de la ciudad; Mike Resendes, un bostoniano de origen portugués, hiperactivo, comprometido y periodista de raza; Matt Carroll, el intelectual del grupo. Su deseo es ser escritor, y Sacha Pfeiffer, la más joven, empática y habilidosa, entusiasta y que tiene en el periodismo su tabla de salvación. Son estos cuatro (con unos añitos más):


                                


En Boston la vida es lineal. Las jerarquías están muy definidas. Apenas pasa nada. Nadie lee los periódicos locales. Siempre traen lo mismo. Y en la cúspide de la pirámide está la iglesia. Todo en Boston (ya saben, una ciudad fundada por colonos irlandeses católicos radicales) pasa por el tamiz de la curia. La curia es, digámoslo así, el dios católico en la tierra. 
Pero todo cambia cuando llega el nuevo director: Marty Baron:

                              

El Times lo desplaza desde Miami. Un cambio radical. Judío, no le gusta el béisbol y se muestra reservado, huidizo. En la redacción se cuestiona su sexualidad (ya saben: religión y sexualidad...). En una reunión de redacción deja caer que en una columna de opinión de un periódico menor se pasa por encima de un posible caso de abusos a menores por parte de un cura de Boston. Sí, es algo que pasó en su momento. Incluso se inició una vista oral pero el caso no llegó a mayores. El abogado de las supuestas víctimas no había encontrado pruebas contundentes para procesar al cura (el llamado caso Porter) y el tema se cerró. Baron insiste: le encarga el caso al grupo Spotlight. Comienza ahí, en aquella primavera tardía de 2001, uno de los hitos del periodismo de los últimos 30 años. 


Investigación, investigación, investigación

Con su cuarta película, Tom McCarthy está rompiendo la pana en Estados Unidos, donde Spotlight ya es considerada una de las mejores películas del año. Ha triunfado en los Globos de Oro y tiene seis nominaciones al Óscar. Sin embargo, en España, en la que estamos acostumbrados a que las películas o series sobre periodistas sean de todo menos sobre periodistas (que si se lían entre ellos, que si no...), quizá no llegue a calar tanto. Si consiguiésemos abstraernos de esa vertiente frívola y centrarnos en la trama, podríamos disfrutar más de Spotlight.
Y es que la película va de periodistas. Me gusta mucho este género. El periodismo es, o ha sido, mi gremio. En esta profesión, incluso la noticia más banal se convierte en el centro de tu vida. Y eso está muy bien recogido en la película. Me gusta mucho cómo está reconstruida la redacción, impersonal, pequeña, y en las que las ventanas juegan un papel primordial (siempre hay que mirar para ver). Me gusta cómo se distribuye el trabajo, como la vida de los periodistas se reduce a fechas y horas, fechas y horas, fechas y horas... porque así es en la vida real. El tiempo cambia para un periodista. Me gusta que todo el tiempo se vea el reloj de Michael Keaton (que encarna al jefe del grupo). Utiliza camisas con las mangas holgadas, para que con una simple flexión de codo el reloj quede al descubierto. El reloj, si eres periodista, es tu dios. Me gusta que Sacha, la valerosa periodista, se limite en casa a fregar los platos. Que Resendes, capaz de dormir en el hall de los juzgados para ser el primero en conseguir la noticia, se alimente de sobras o de un par de salchichas cocidas. Me gusta que esté en trámites de divorcio. Me gusta que a Matt le den las cuatro de la mañana sin poder dormir. Me gusta que Walter Robinson tenga una foto de su mujer sobre la mesa del despacho. Todo eso está excelentemente contado en Spotlight. Así es la profesión más cabrona y fascinante del mundo.


                                        


Me gusta, también, la planificación de la película. Me gustan los planos en general cuando trabajan en grupo y los cortos a medida que avanza la película y la semilla de destapar algo muy gordo va creciendo en cada uno de los reporteros. Me gusta que se dé la sensación de que el periodista es esa persona que, por un acuerdo tácito, media entre el arriba y el abajo, quizá para transformar, pero nunca (o así debería ser) para mantener. 
Me gusta cómo se va entretejiendo la investigación. Cómo de un dato se llega a otro, como de un comentario se llega a una pista, cómo de un viejo volumen condenado al sótano se extrae oro puro. Me gusta el compromiso de todos ellos. 
Sin embargo, hay dos cosas que no me gustan: creo que Michael Keaton, inexpresivo y torpe de movimientos, frena la potencia actoral de la película (que es mucha). Y no me gusta que, tras un inicio frenético, con un montaje endiablado (planos contra planos, la cámara a la altura de los ojos del que mira... bestial), la película se vaya diluyendo en una concatenación de datos y más datos, de nombres y más nombres, de fechas y más fechas. Le resta emoción a la película, frena el ritmo y, además, confunde al espectador. Pienso en Todos los Hombres del Presidente, de la que Spotlight bebe claramente, y el hallazgo de guión de injertar planos con los nombres de las personas investigadas, a modo de aclaración para el espectador. O de que Dustin Hoffmann y Robert Redford se pasen la película diciendo los nombres en voz alta, para que el espectador no se pierda. Eso me falta en Spotlight. Y también algo de clímax. Más presencia de los afectados, más piel, más curas. Sin embargo, hay un segundo de pelos de punta: cuando Sacha se encuentra cara a cara con uno de los curas implicados: esa mirada es actuar. Eso es cine. 

El triunfo de la verdad

Al final, el grupo Spotlight destapó que, sólo en Boston, 87 curas habían abusado de menores entre 1975 y 2001. De los afectados, sólo un puñado sobrevivió. El resto acabó con sus días ante la falta de apoyos, la corrupción judicial o, lo que es peor, la aceptación de la sociedad. A fin de cuentas, que un cura violase a un niño era una remuneración por "todo" lo que los curas habían hecho por la comunidad.
Cerca del clímax de la película, el director del periódico les pide a los investigadores que no vayan contra las personas, sino contra el sistema. Para mí, ese es el ejemplo de director de un periódico. Hay que ir contra el sistema si no funciona. Y pienso en cómo hemos llegado hasta aquí. Pienso en cómo nos han vendido una moto sobre la España de los últimos 40 años, pienso en cómo la prensa española ha colaborado en crear un statu quo casi indestructible.
Spotlight ganó el premio Pullitzer por su investigación. Spotlight 1, España 0. 


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