INTRODUCCIÓN
No hay revoluciones tan violentas como las que se desencadenan en la mente. No hay guerras tan sangrientas como las que se declaran entre el individuo y el mundo. Yuri Andréyevich Zhivago combatió en varias y... ¿perdió? Sí, puede decirse que perdió, pero se impuso en varias bellas batallas. Como médico, curaba el cuerpo. Como poeta, curaba almas, y la suya sobre todo. Doctor Zhivago es una historia de dualidades. El número 2 la domina: guerra//paz. Cuerpo//alma. Tradición//revolución. Pasado//futuro. Búsqueda//hallazgo. Imposición (Tonia)//libertad (Lara). El drama de Zhivago es su incapacidad para unificarlo todo y vivir una vida completa. Su itinerario es el amor: va desde la insensibilidad hasta el delirio. Y su arma, su poesía. En realidad, parece que la película de Lean se basa más en los poemas que escribe Zhivago, que apostillan la novela, más que en la obra en sí de Pasternak.
Pasternak. Un poeta extraño Pasternak. Traductor (sobre todo de Shakespeare), filósofo... sus textos dan la sensación de estar escritos por un eremita, por alguien que viva aislado del tráfago mundano y se alimente de naturaleza. Pasternak: adepto a la Revolución, terminó en un gulag, humillado por sus ex camaradas e insultado por Jrushchov, que lo tachó de "oveja sarnosa", entre otras lindezas. Y todo por escribir Doctor Zhivago, Un canto a todo lo que subyace al en ocasiones alienante colectivismo. Una obra que canta al amor en una sociedad en guerra. Una obra que aboga por que la única revolución válida es la individual y el único dogma, el propio. Repudiado, tuvo Pasternak que editar su obra magna en Italia. En la URSS no se publicó hasta 1988, 31 años después de su primera edición. El Soviet Supremo le obligó a renunciar al Nobel, que se le otorgó sólo por Doctor Zhivago en una maniobra cuestionable de la Academia Sueca, todo hay que decirlo. Cuatro años más tarde estallaría la Crisis de los Misiles.
David Lean también era una persona extraña. Arisco, turbulento, abrupto... un genio. Quizás el mejor director de cine de todas las épocas. Tiene una rara cualidad: no aburrir, a pesar de que sus películas, en ocasiones, sobrepasan de largo las tres horas. Hay que recordar que Lean era, en origen, montador. Creador de películas colosales en todos los aspectos, Lean conseguía una profundidad psicológica que convertía a sus personajes en iconos. Pocas veces se ha amado en la pantalla, bien a un hombre, a una mujer o un ideal, como en las películas de David Lean.
Así que si se une el talento de uno y de otro, no es extraño que nazca una obra eterna como Doctor Zhivago, que cumple medio siglo de vida.
EMOCIÓN
He pensado muchas veces en qué es lo que hace que amemos una película: ¿el mensaje? ¿los efectos? ¿que nos entretenga? No sé. En mi caso, una película debe emocionarme. Y, diablos, Doctor Zhivago me emociona desde los créditos hasta esa magistral escena final. ¿Cómo lo hace David Lean? No tengo ni idea. ¿Cómo conseguir que una escena que dura dos minutos y diez segundos, combinando dos planos, uno gran general y otro medio, no aburra? No tengo ni idea.
Doctor Zhivago fue pergeñada para salvar a la Metro de la ruina. Carlo Ponti pujó hasta dejarse los hígados por los derechos. Había ahí un material que, bien hilado, podía ser una bomba en taquilla y, por qué no decirlo, un aldabonazo ideológico en tiempos de la Guerra Fría. Lo que iba a ser una película a lo grande, rodada en la URSS, con Paul Newman como Zhivago, Sofía Loren como Lara, Marlon Brando como Komarovski y el propio Omar Shariff como Pasha, terminó rodándose en Canillejas y Soria, y con un elenco antitaquilla. Omar Shariff fue Zhivago (no se puede imaginar a otro actor en ese papel). Tres veces a la semana tenía que someterse a sesiones intensas de maquillaje para disimular sus rasgos egipcios y que pareciese ruso. Julie Christie fue Lara. Una actriz inglesa que ese mismo año ganaba el Oscar por Darling, moderna y muy swinging London. El gran Rod Steiger fue Komarovski, en el mejor papel de su carrera. Tom Courtenay fue Pasha. Donde no hubo discusión fue en la elección para el hermano de Zhivago: Alec Guinness, el actor de cabecera de Lean hasta que una discusión apocalíptica los separó para siempre.
Y, aún así, Doctor Zhivago fue un bombazo. ¿Por qué? Por el toque Lean.
EL TOQUE LEAN
David Lean tuvo siempre dos cualidades para ser un maestro del cine: desconfiar de la humanidad y la astucia de rodearse de los mejores. Como Freddie Young, uno de los grandes directores de fotografía de la historia del cine. Lo que hace en Doctor Zhivago es para llorar, sinceramente. Cómo fulguran los ojos de Julie Christie en esta escena. Cómo está iluminado todo.
Luego está John Box, director de arte y que creó, nada, Moscú en Canillas y Varykino en Soria. Nada, vamos. Maurice Jarre a la partitura, creando una obra maestra de la música de cine y en la que nos detendremos más tarde. Y la adaptación de Robert Bolt, un guionista excepcional, que transformó una historia de amor en plena guerra en una guerra en plena historia de amor.
Y luego están Lean y su toque. Técnica y táctica. Técnica: nadie sabe colocar mejor la cámara. Quizá Ford, Hawks, Wilder o Eastwood se le acerquen. No Spielberg, gran planificador, pero que siempre ha tenido dos problemas. Uno: querer ser Walt Disney. Dos: querer ser David Lean. Pero Lean, querido Steve, sólo hay uno. Supera esto:
No se puede rodar mejor, sinceramente. Travelling corto. El manejo de la grúa. Esto es muy difícil, créanme. El comienzo de Doctor Zhivago no es sólo lo mejor que ha rodado nunca Lean, sino quizá de lo mejor que se ha rodado jamás.
Táctica: ser un cerdo con pintas en el plató. Famosos son sus exabruptos, legendaria su etiqueta de negrero, de misógino (ay, Lean y las mujeres... ése sí que es un reportaje) y de déspota. Pero... funciona.
Hace cinco años tuve la ocasión de entrevistar a Omar Shariff (aquí voy a hacerme propaganda. Ya sabrán disculparme).
Y, si leen el artículo, ya ven cómo pone a David Lean. "Usted póngase aquí y no actúe", le decía. Claro, no sabía Shariff que el director inglés rueda como nadie esa especie de revelaciones que nos susurran por dónde ir, qué camino tomar o cuál no tomar. Esas epifanías que tejen nuestras vidas.
Cuentan, y cuentan bien, que esta escena está rodada más de veinte veces. ¿Por qué? "Para que los personajes parezcan cansados y enfadados, que es en realidad lo que necesito", contestó Lean.
EL ROSEBUD DE ZHIVAGO
Pero, ¿qué cuenta Doctor Zhivago? La novela nos narra las vicisitudes de un poeta en un periodo de guerras: la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la Guerra Civil. La película es, en realidad, la historia de una balalaika. La balalaika que le deja su madre en herencia. La balalaika que Zhivago le regala a Lara cuando se separan. Y la balalaika que pertenece a una joven trabajadora de una central hidroeléctrica y que el hermano de Zhivago, un alto comisionado (vamos, de la KGB), sospecha que es la hija de Yuri y Lara. En ese final de antología del cine, todo cobra sentido. Sólo por el roce de una cuerda de la balalaika sobre el talle de la joven. Esa balalaika que es el Rosebud de Zhivago.
Y es que da la sensación de que la película está rodada al revés. Como si el entierro con el que comienza la película fuese, en realidad, el de Zhivago. Como si la relación con Lara fuese una ensoñación. Como si Zhivago hubiese quedado prendado de Lara en esa escena brutal en la que dispara a Komarovski y fantasease luego con ella. Da la sensación, en suma, de que Lara no existe, de que la película es la puesta en escena de un poema interminable, con Lara como tema central.
Esa es la grandeza de la película. No que la vida se le volteé a Zhivago, sino que toda la belleza y el dolor que le provocó esa imagen de Lara se conviertan en una fuerza vital que guía, como un recuerdo imborrable, toda su vida.
EL RODAJE
La burocracia y la Guerra Fría impidieron que Doctor Zhivago se rodase en la URSS o en Yugoslavia, las dos primera opciones de Carlo Ponti. Así que, por lo asequible de los precios, se rodó en España. John Box dirigió un tour de force que duró un año y medio. Se construyó Moscú en las calles de Canillas (Madrid), y Varykino, la villa de la familia burguesa de Zhivago, en Candilichera, provincia de Soria. De hecho, lo primero que ve Zhivago en ese interminable viaje en tren cuando llega a Varykino es el pueblo soriano de San Leonardo.
El gran (y paisano) Gil Parrondo participó como asesor en la película. No aparece en los créditos y, por ende, no obtuvo su tercer Oscar (Patton y Nicolás y Alejandra son sus dos estatuillas). Un camelo, porque de él es la idea de la alucinante Varykino. Se inspiró el director de arte llanisco en una casa abandonada que vio en el monte. "Los cristales estaban rotos y la nieve había entrado en la casa. La imagen era bellísima". Y así, en efecto, es Varykino.
Así recuerda Parrondo el rodaje de Doctor Zhivago.
LA MÚSICA
Pueden no haber visto la película. Pueden no saber ni quién es David Lean, ni Maurice Jarre, ni Freddie Young, ni John Box. Pero si le silban esto, ¿a que saben continuar?
Pues, ya ven, el inmortal Tema de Lara, no es ni de Lara ni escrito para Doctor Zhivago. Lean le vino con unas cuantas melodías tradicionales rusas a Jarre para que se inspirase, pero el compositor francés no dio con la tecla. El propio Lean le pagó un fin de semana en los Alpes para que se desbloquease: "Enciérrate con tu novia, haced el amor todo el fin de semana y cuando vuelvas traeme algo". Y ese algo es una de las melodías más hermosas que se hayan escuchado nunca en la historia del cine. Y dedicada a la novia de Maurice Jarre. Luego se le añade la balalaika y ya suena a ruso.
Pero es que la partitura de Jarre es grandiosa. Vendió millones de copias. Yo la tengo en todos los formatos: vinilo, cd e, incluso, en una cajita de música a manivela.
Aquí se la dejo íntegra y en directo, para que lloren un poco.
COROLARIO
Doctor Zhivago es el cine. La profundidad psicológica de los personajes, contradictorios como todos nosotros, el montaje, la dirección, la historia... todo. Es pura emoción. Es de una belleza casi dolorosa. Aunque sólo sea por esta escena, es una película que deben ver al menos... seis o siete veces en su vida.
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