martes, 26 de enero de 2016

CRÍTICAS (XIV): "Youth (La Juventud)", de Paolo Sorrentino

La Giovinezza. Italia, Reiuno Unido, Francia y Suiza, 2015. 124 minutos. Director: Paolo Sorrentino. Reparto: Michael Caine (Fred Ballinger); Harvey Keitel (Mick Boyle); Rachel Weisz (Lena Ballinger); Paul Dano (Jimmy Tree); Jane Fonda (Brenda Morel); Álex MacQueen (Emisario de la reina); Roly Serrano (Diego Armando Maradona); Madalina Diana Ghenea (Miss Universo). Guión: Paolo Sorrentino. Música: David Lang. Temas interpretados por The Retrosettes, Mark Kozelek y Sumi Jo. Fotografía: Luca Bigazzi. Montaje: Cristiano Travaglioli. Dirección Artística: Daniel Newton & Marion Schramm. Vestuario: Carlo Poggioli. Color. 



INTRODUCCIÓN

Deseaba ver Youth en pantalla grande y rodeado de esa atmósfera de útero materno que aún ofrece la sala de un cine. Evité con toda la (escasa) fuerza de voluntad que atesoro verla en otros formatos y recurrir a otros métodos. Aunque estrenada mundialmente en el pasado festival de Cannes, en España sorprendentemente no fue hasta noviembre que encontró distribución. Y no fue hasta el pasado 22 de enero que se estrenó en salas. Porque una película de Paolo Sorrentino hay que verla en el cine. El virtuosismo visual (un poco desabrido en ocasiones, es cierto) del director napolitano es uno de los alicientes del cine de los últimos años. Es sorprendente cómo Sorrentino es capaz de plasmar en la realidad de una manera tan brutal todo lo que se le pasa por la cabeza, tanto imágenes como palabras como algo más complicado aún: ese hilo invisible que nos une al cine, a la vida de los otros. Sorrentino es un gran tejedor de historias.

EN EL LIMBO

Youth, como ya hacía La Gran Belleza, bebe directamente de ese océano narrativo que es Federico Fellini. No sólo en la estética, sino también en la capacidad de descorrer el velo que nos oculta esa otra realidad, quizá más viva que la que percibimos sin esfuerzo. Esa realidad en la que las gentes y las cosas parecen manar de nosotros mismos. 


                              

En este caso, todo nos remite a 8 1/2. En un balneario, no en  Italia en este caso sino en los Alpes suizos, un veterano director de orquesta y compositor (Michael Caine) y su amigo Mick (Harvey Keitel), director de cine, se aíslan. Uno recibe masajes y el insistente encargo de la reina de Inglaterra de dirigir un concierto en honor a su marido. El otro, junto a una serie de guionistas jóvenes y atolondrados, pretende escribir el guión de la que será su última película. Sin embargo, en realidad no sabemos qué diablos hacen allí. Se deja entrever que acuden cada primavera, como el que lleva el coche al taller. Simplemente, están allí.
Verán, desde que vi 8 1/2, el limbo siempre me ha parecido un balneario. Un lugar rodeado de vapor, etéreo, en el que se nos prohíbe movernos y en el que nuestra vida va renaciendo a nuestro alrededor. 



                                          
                                                https://www.youtube.com/watch?v=jUc4oHnFBnc

Lo llamo limbo por llamarlo de alguna manera. Uso terminología católica por mera utilidad, no porque crea en la concepción del universo vertical y trágica de los católicos. No creo en un dios, pero sí creo que nuestras almas permanecen de alguna manera. Creo que, como energía que son, siempre se transforman en otra cosa. Y, así, creo que Youth es una suerte de continuación de Ocho y Medio. Fred (Frederick, un nuevo guiño a Fellini) y Mick (de nuevo la inicial denota un recuerdo a Marcello Mastroiani) nunca parecen personajes reales, sino más bien energías, si quieren llamarlos espíritus, los mismos que inspiraban o incordiaban a Guido Anselmi durante ese auténtico morir y renacer que es Ocho y Medio. Ambos dan la sensación de haber estado ahí desde el comienzo, sin principio ni fin, Si aceptamos esta posibilidad, Fred y Mick son todos nosotros. Son la dualidad. Uno espera y el otro avanza. ¿No es esa la vida?


                                           

                                                     https://www.youtube.com/watch?v=-T7CM4di_0c

Rachel Weisz, hermosa como un jaguar, es la hija de Michael Caine en la película. Es el presente. Alguien que debe reiniciar su vida de manera abrupta. No quiere cometer los errores de su padre. Quiere vivir. Y lo hace. Es el auténtico hilo conductor de la película. Michael Caine y Harvey Keitel, el más italiano de los actores americanos (hay que oírlo hablar, verlo gesticular, ver cómo se mueve) asisten en el balneario a la proyección de sus vidas. Como imágenes que llegan desde su interior, o bien de otros lugares invisibles, recapacitan sobre lo que han hecho mal, lo que han hecho bien o, lo más terrible de todo: lo que no han hecho. Y llegan a la inquietante conclusión de que el tiempo es  lo único relativo. Somos cuerpo y espíritu. En este caso, el cuerpo está presto, pero el espíritu es débil. Todo el metraje está lleno de cuerpos, muchos de ellos desnudos (para Sorrentino, los pies son el fetiche, así como para Fellini lo eran los pechos). Muchos de ellos jóvenes. Pero, ¿qué juventud elegir, la del cuerpo o la del espíritu? He ahí el dilema. Fred y Mick eligen la del espíritu.

En una escena, Maradona (interpretado por el actor argentino Roly Serrano) tiene una visión: las selecciones de Inglaterra y Argentina forman en el jardín del balneario antes del mítico partido de cuartos de final del Mundial de México. Se ve a sí mismo de joven, calentando, fiero y rabioso. Ahora, es una masa de grasa y cansancio. Su mujer le pregunta en qué piensa. "En el futuro", dice él. Hasta su muerte, esa imagen será la que le salve en los momentos terribles. Así será la vida, como en aquel momento previo a jugar el partido en el que se convirtió en inmortal. 

Dos Vías

Youth nos habla de la esperanza. Sólo somos emociones ("Es todo lo que tenemos", llega a decir Mick). Nos habla de la dualidad que todos encerramos: del fracaso y de la oportunidad, casi siempre latente, de poder vencer. De poder hacer lo que nunca hicimos. De poder acariciar a un niño que interpreta al violín una obra compuesta por Fred, después de no haber tocado nunca a su hija. De, al fin, hablar con su esposa catatónica después de haberle ordenado callar durante todo su matrimonio. Y todo explota al final en un confuso pero tan bello concierto... tan bello como esta película que nos redefine. 

Corolario

Michael Caine ha logrado ser un gran actor a pesar de haber intentado ser un actor mediocre a lo largo de toda su carrera. A pesar de esos gestos adquiridos de sonreír con los pómulos y de entornar los párpados. Pero es Harvey Keitel el que nos desvencija con su vulnerabilidad y su fe absoluta en el futuro. No podía salir bien. Para el recuerdo, la discusión que mantiene con una cruda y tangible Jane Fonda. Pura delicia.
Es Jane Fonda la que dice "El futuro es la televisión. De hecho, ya es el presente". Una afirmación falsa mientras existan directores como Paolo Sorrentino. Sí, se le puede tachar de artificioso, de pedante (aunque si lo es, entonces ¿qué son Tarantino, Woody Allen o Isabel Coixet?), pero es arriesgado, tiene una concepción del espacio magnífica, vital para un director de cine y, sobre todo, cuenta historias de manera asombrosa.
Cuando el médico le dice a Fred que tiene una salud de hierro, el viejo director de orquesta le pregunta "¿qué me encontraré ahora ahí afuera?", y el médico le responde: "la juventud". Y, sí, cuando salimos del cine, todo parecía nuevo. Todo parecía regresar a aquellos tiempos buenos.