jueves, 21 de agosto de 2014

PELÍCULAS PARA UNA NOCHE DE VERANO (III): "MATAR A UN RUISEÑOR"

To Kill a Mockingbird. EEUU, 1962. 129 minutos. Dirección: Robert Mulligan. Reparto: Gregory Peck (Atticus Finch); Mary Badham (Scout); Philip Alford (Jem); John Megna (Tití); Brock Peters (Tom Robinson); Collin Wilcox (Mayella Violet Ewell); James Anderson (Bob Ewell); Franck Overton (Sheriff Tate); Paul Fix (Juez Taylor); Estelle Evans (Calpurnia); Crahan Denton (Señor Cunningham); Robert Duvall (Boo Radley). Guión: Horton Foote, sobre la novela homónima de Harper Lee. Música: Elmer Bernstein. Fotografía: Russell Harlan. Montaje: Aaron Stell. Dirección Artística: Oliver Emert, Henry Bumstead & Alexander Golitzen. Vestuario: Rosemary Odell. Títulos de Crédito: Stephen Frankfurt. Glorioso Blanco y Negro. 




INTRODUCCIÓN

Vuelve esta bitácora tras un mes y medio extraño y doloroso. La vida sigue, eso dicen, y este blog también. Y sigue con una película irrepetible. Porque jamás se han diseñado unos títulos de crédito tan bellos como estos. ¿Cómo no va a ser una obra maestra una película que empieza así?: 


                                           

Es muy difícil enumerar las diez películas de la vida de cada uno. En mi caso, es imposible. Siempre hay dos o tres, no obstante, que se repiten, y una es Matar a un Ruiseñor. Es algo cutáneo, que va más allá de la razón. Hay algo en la película que me habla de unos ideales que comparto y que, incluso, me gustaría poner en práctica. Me habla de la compasión, en su sentido estricto: el de ponerse en el pellejo de los demás. Me habla del compromiso. Y, sobre todo, me habla de lo grandioso que es ser uno mismo. De destrozar los manuales. Qué magníficos ideales. Y qué difíciles de llevar a cabo. Siempre es más fácil ser prejuicioso o insensible. Siempre es más fácil seguir la doctrina. 


Maycomb, Alabama: veranos de 1937 y 1938

Matar a un Ruiseñor es una novela publicada en el verano de 1960 por Nelle Harper Lee, que es esta señora:


Harper Lee (suprimió su primer nombre al firmar su única novela y su varios ensayos) pasó a la historia por quebrar la banca con esta novela, con la que ganó el Pullitzer, y por ser amiga íntima de Truman Capote. De hecho, al genio de Alabama, paisano por ende de la propia Lee, la escritora le da vida en Matar a un Ruiseñor. Es el niño repelente pero leal que cada verano visita ese Macondo norteamericano que es Maycom. 
El escenario nos es muy familiar. El Crack del 29 aún colea. Los campesinos encuentran dificultades para comer, pero Scout y Jem comen a diario, tienen una casa con porche, una sirvienta negra y un padre abogado e intelectual: Atticus Finch. Se sienten superiores, aunque intenten ocultarlo. En la primera escena de la película, Finch le baja los humos a su hija. "¿Somos pobres también nosotros, Atticus? Ciertamente lo somos, Scout". 
¿Qué nos fascina de Atticus Finch? Primero, que está interpretado por Gregory Peck, un tipo insulso la mayor parte de su carrera, pero que aquí esta memorable. En este sentido, hay que agradecerle a James Stewart que considerase el guión "demasiado liberal" (Debió de parecerle poco liberal el guión de "Historias de Filadelfia" en la que le pone los cuernos a Cary Grant en la noche previa a su boda). Peck llegó incluso a imitar la panza cervecera del padre de Harper Lee, Amasa Lee, en quien está basado el personaje de Atticus Finch. 
Luego, nos fascina su integridad y su sentido de la justicia. Su vulnerabilidad, su mansedumbre, su sentido ético... es tan bueno que nos escama. Ahí está la grandeza del personaje: esa parte turbia que se adivina en Finch. Un acierto de guión (el guión es una maravilla de Horton Foote, que ganó el Óscar por el texto). Aunque en la novela se explica la muerte de la esposa de Finch por "un infarto repentino", en la película se siembra la duda sobre las causas de la muerte. De hecho, llega un momento, cuando Finch se muestra como una experto tirador, que uno puede llegar a pensar cosas raras... Da la impresión de que Finch se pasa la película purgando culpas pasadas, redimiéndose (de hecho, en la novela se señala que su primer caso terminó con sus defendidos en la horca). Así, defender a Tom Robinson es la redención definitiva, aunque nunca sabremos en realidad si acepta el caso por ese afán de purga o porque realmente cree en la igualdad racial. 
Nos fascina Atticus Finch por cómo trata a sus hijos, con esa naturalidad y esa fe en el ser humano. Y nos fascina por esas lecciones morales dignas de Platón. 


                                 


Para sus hijos, sobre todo para Jem, Atticus Finch es un hombre melifluo y cobardón. Ellos son pura acción. No conciben que pueda existir otra cosa en el mundo. En una tierra llena de ira, hay que ser duro y valiente. Hay que meterse en broncas y no andar predicando la buena voluntad y siendo amable con gente que no se lo merece, como hace su padre. Esa concepción cambia y, por ende, la película, en la escena en la que Atticus mata de un lejano disparo de escopeta a un perro rabioso que aterrorizaba al pueblo. Desde entonces, el ritmo de la película se mesura. Es más íntima, más despaciosa, más honda. Ahora, Finch brilla en todo su esplendor.


UNA DIRECCIÓN SUTIL

Robert Mulligan es experto en combinar la febrilidad de la adolescencia con los momentos más íntimos y delicados. Baste recordar Verano del 42. En Matar a un Ruiseñor su dirección es sutil. En la primera parte de la película todo es vibrante. Los niños exprimen el verano. Corren, juegan, saltan, andan libres, descalzos. Van de un sitio a otro sin rumbo y los días son eternos. Pero, conforme crece su concepción del mundo, la película se comprime. Hay más interiores, hay más secuencias nocturnas. Más intimidad. Más temor. Más nostalgia. El gran hallazgo, y les invito a que se fijen en ello, es la manera que tienen los niños de mirar. La mirada es la gran aportación del cine a la humanidad. Un buen director, y Mulligan lo era, sabe cómo contar una historia a través de las miradas de sus actores. En Matar a un Ruiseñor las miradas dibujan el despertar de los niños a la vida. 


                               


CONTRA LOS PREJUICIOS


Matar a un Ruiseñor es una película poliédrica. Entrelaza muchos temas, pero por el que ha pasado a la historia es por su lucha encarnizada contra los prejuicios. No veo que sea una película contra el racismo (es el epítome de este género), que también, sino contra el miedo al otro, el miedo al distinto, el miedo a lo que no conocemos. De hecho, hay dos niveles de prejuicio en la película: el de la mayoría de los habitantes del pueblo, que quiere ver colgado de la horca a Tom Robinson, un negro corpulento acusado de violar a una joven blanca y atemorizada por su padre, alcohólico y agresivo, y que al final de la película tendrá un papel clave; y también el que sienten los niños hacia el personaje de Boo Radley. No en vano, en la novela Boo es descrito como un albino, en contraste con la negritud de Robinson. La casa de Radley es el hogar del terror, el tabú del pueblo. Se cuentan historias horribles sobre él. Su padre lo tiene encerrado por no se sabe qué, y las habladurías se disparan. Atisbar aunque sea una parte de su cuerpo es algo irresistible para los niños. 
Los dos ejes de la película se encuentran en la sala del juzgado y en la casa de Boo Radley. En la primera, Atticus Finch pronuncia un discurso que ha pasado a la historia del cine. 



Sin embargo, es la historia entre un Boo Radley que se intuye (sólo se le atisba en los últimos segundos de la película) y los niños la que aporta el lirismo casi irresistible a la película. Una relación que va in crescendo: desde el más puro pavor a la ternura, en la escena en la que Radley guarda en el tronco de un árbol todos sus objetos, entre los cuales están dos figurillas en arcilla de Jem y Scout. Boo, en su prisión, anhela la libertad de los dos niños, a los que otea desde una rendija de su ventana. Se erige así en una suerte de espíritu protector, papel que estallará en un culmen erizante, quizás uno de los más bellos finales de la historia del cine y que, evidentemente, no voy a destripar. 


COROLARIO

Matar a un Ruiseñor es una película purgante. Cómprenla y prueben a verla cuando se sientan mal. Lo es, porque dibuja todas las pasiones humanas. Lo es, porque es poesía en imágenes. Lo es, porque será una guía vital hasta el final de los tiempos.