jueves, 29 de mayo de 2014

PELÍCULAS PARA UNA NOCHE DE VERANO (I): "TARDE DE PERROS"



Dog Day Afternoon. USA. 1975. 125 minutos. Director: Sidney Lumet. Reparto: Al Pacino (Sonny Wortzik); John Cazale (Sal); Charles Durning (Moretti); Chris Sarandon (Leon Shermer); Penelope Allen (Sylvia); Sully Boyar (Mulvaney); Carol Kame (Jenny); Marcia Jean Kurtz (Miriam); Lance Henriksen (Murphy); Susan Peretz (Angie Wortzik); Judith Malina (Madre de Sonny). Guión: Frank Pierson, basado en un artículo de P. F. Kluge & Thomas Moore para la revista Life. Música: Carece de banda sonora. Fotografía: Victor J. Kemper. Montaje: Dede Allen; Dirección Artística: Dug Higgins & Robert Drumheller. Color.





INTRODUCCIÓN

La mayoría de la gente que conozco comienza a desear la llegada del verano desde principios de octubre. No comparto tal ansiedad. El verano me parece la más sobrevalorada de las estaciones. Quizá Freud debería decir algo al respecto de mi caso. Languidecen los cuerpos y todo se queda a medias. Ni se piensa ni se actúa. Es como si el calor derritiese todas las máscaras que se van acumulando a lo largo del año y, de repente, se fuesen cayendo a pedazos para mostrar el verdadero yo. Se muestra una alegría un tanto forzada, como de manual. Las gentes hablan en diminutivos y comienzan a hacer cosas absurdas, como pasarse el día tumbado en una arena habitualmente ardiente y sucia. Que la playa está bien, pero cuando la enmoqueten. Si el signo distintivo de la playa es el mar, ¿por qué quedarse en la arena? Lo que intento expresar es que el verano, cada vez más, es la estación de la soledad. Añoro la caza del tritón por equipos en una charca seguramente infectada de paludismo. Añoro los partidos de fútbol eternos. Añoro traspasar fronteras físicas y mentales. Pisar, a escondidas, un suelo vetado por nuestros padres. Añoro la playa como escenario de aventuras, como recipiente de sudores, y no como camposanto brillante. Cogías el autobús y, ¡zas! en veinte minutos estabas en la playa. No hacía falta irse a la República Dominicana, ni a México, ni mucho menos a Túnez. La nuestra era, y es, la mejor playa del mundo.
Los días de verano son una larga jornada hacia la noche. El bello verano comienza ahí, en el crepúsculo violeta. La ciudad se queda como exhausta. El cemento, recalentado por el sol, emana un aroma a calles aliviadas. Hay noches de verano que no se pueden describir. Tampoco es el objetivo. Pero pocos placeres existen en madrugadas inmóviles que coger una película, preferiblemente larga, meterla en el reproductor, abrir la ventana, y dejarse ir. Ese es el objetivo de esta sección: paladear esas películas que pueden convertir una noche de verano en bálsamo para el dolor. Son películas que discurren en verano, en bellos y terribles veranos de entonces, que son los mismos bellos y terribles veranos de ahora.


SIDNEY LUMET: UN MARTILLO PILÓN CONTRA LOS MUROS

Comenzamos este serial con "droga dura": Sidney Lumet. Nadie como el director de Filadelfia, fallecido hace sólo tres años, ha contado en una pantalla la amargura vital, la angustia del individuo ante una sociedad controlada por una red de poderes no tan ocultos: simplemente se trata de nuestro ADN. De vez en vez aparecen luminarias, personas inspiradas por un sentimiento más alto, que tratan de romper esa cadencia enfermiza. Unas veces triunfan, otras no. Así, los personajes de Lumet están, literalmente, entusiasmados. No siempre reconocen la grandeza de sus aspiraciones. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones ocurre que al hombre que pretende sacar la cabeza de la caverna de Platón, se la destrozan de un mazazo. Los personajes de Lumet son enérgicos, luchan como si fuera el último día de su vida. Baste recordar al personaje (sin nombre) de Henry Fonda en 12 Hombres sin Piedad, o al militar que interpreta Sean Connery (seguramente en el mejor papel de su vida) en La Colina. O al genial Peter Finch desenmascarando la red de intereses de los medios de comunicación de masas en la extraordinaria Network. 



https://www.youtube.com/watch?v=oQZxdafB83g



Las películas de Lumet nunca pasan de moda. Es más: cada día son más abrasadoramente modernas. Además, siempre dejan interpretaciones inolvidables. Network, por ejemplo, ostenta el récord de Oscars a la interpretación: Peter Finch (primer Oscar póstumo de la historia) y Faye Dunaway ganaron en la categoría de actor y actriz principal, mientras que Beatrice Straight se llevó el de mejor secundaria. Pero, para rematar, otro de los actores principales, William Holden (espectacular como director de la cadena de televisión) también estuvo nominado. Sin embargo, de todas las interpretaciones magistrales que Lumet logró sacar de sus actores, la de Al Pacino como Sonny Wortzik es sin duda la más memorable. Pacino roza la perfección en Tarde de Perros. 

22 DE AGOSTO DE 1972

El 21 de agosto de 1972, John Wojtowicz visitó a su esposo Ernest Aaron en el psiquiátrico de Nueva York donde le habían internado unos meses antes. Había intentado suicidarse varias veces. Quería hacerse una operación de cambio de sexo, pero había chocado con dos escollos insalvables. El primero: no tenía el dinero suficiente. El segundo, aún más inabordable: la despiadada incomprensión de la sociedad. Woitowicz, que había combatido en Vietnam para luego sobrevivir como cajero de un banco, llevaba dos años casado con Aaron. El matrimonio homosexual en California era legal. Se había divorciado de su esposa y había contraído nupcias con el amor de su vida. Aquella visita al sanatorio le sacó de quicio. Ernest Aaron estaba al borde de la desesperación. No aguantaría un día más.
El 22 de agosto era martes. El calor ya apretaba desde el amanecer. John Woitowicz aguarda en un coche a que abra la sucursal del Chase Manhattan Bank situada en el 450 de la Avenida P, esquina con East 3rd Street, en el distrito de Gravesend, en Brooklyn. Le acompañan dos amigos: Salvatore Naturale, de 18 años, delincuente habitual, y un tercero, cuya identidad nunca trascendió, pero que abandonó la empresa al observar cómo un policía comenzaba a merodear por las inmediaciones del banco. La operación parecía sencilla. Woitowicz, como cajero que había sido, conocía todas las tretas para acometer una atraco rápido: rociar con spray las cámaras de seguridad, desactivar todas las alarmas, discriminar los billetes de señuelo que existen en todas las cajas del mundo... Habían calculado unos quince minutos. 48 horas después, el atraco aún no había terminado. Todos los informativos de la nación seguían el suceso en directo. Miles de personas se arremolinaban en los exteriores. El FBI activó todos sus dispositivos. El atraco se convirtió en cuestión de estado. Se habló de una operación a alta escala de la mafia. Lo único que querían Woitowicz y Naturale era llevarse 213.000 dólares para que Ernest Aaron pudiera cambiarse de sexo. Comenzaba una leyenda.


                                  

El guionista Frank Pierson no se basó directamente en la historia real del atraco, sino en un reportaje publicado en la revista Life. Pierson intentó, en vano, entrevistarse con Wojtowicz en la cárcel. De hecho, el propio Wojtowicz, en una carta enviada cuatro años más tarde a Life, calificaba la película de "un pedazo de basura" y cifraba en un 30% los hechos auténticos que contaba. Sin embargo, ya en el reportaje en el que se basa la película, los periodistas describían a Wojtowicz como "un hombre delgado y con rostro desesperado, al estilo Al Pacino o Dustin Hoffman". 


El retruécano se completa cuando el propio Wojtowicz reconoció que se había envalentonado para atracar el banco después de ver la interpretación de Pacino en El Padrino. Pacino era la primera opción. Hoffman, la segunda. No estaba tan clara la elección del actor que interpretaría a Naturale. El personaje real tenía 18 años y esta pinta.


Fue el propio Pacino el que, contra viento y marea, impuso a John Cazale, también italo-americano, y con el que había compartido reparto en El Padrino. Lo malo es que Cazale tenía 37 años y una calva prominente. Pero resulta en la película.

ESTRELLA MEDIÁTICA

La edición de DVD publicada hace siete años incluye el making off de la película. Se ve a un Lumet enérgico, moviéndose relampagueante entre la multitud de extras megáfono en mano. Grita, dirige, coloca. Luego, se reúne en un aparte con los actores principales. Acepta sugerencias. La fuerza de Lumet y las improvisaciones de los actores aportan ese ritmo y esa frescura a la película. Más de la mitad del metraje está formado por ensayos e improvisaciones, tan buenos, que se incluyeron en la película. Además, Pacino ayunó voluntariamente durante varios días, durmió dos horas a la noche y recibió diariamente duchas de agua fría. Todo un tour de force para encarnar a un personaje desesperado y sufriente.
El rodaje funcionó como un mecanismo de relojería. Tarde de Perros es una película sobre el tedio, no sólo el tedio de una bochornosa tarde de verano en Nueva York, sino también ese tedio moral de los que se han dejado devorar por la rutina y las versiones oficiales. Por un modo de actuar dictado y acuñado y al que es muy complicado desafiar... si no se intenta. Lumet nos dibuja un Brooklyn desierto en el que el calor casi es palpable. Lo curioso del caso es que la película se rodó en invierno.




Agosto en la ciudad. Nada que hacer. De repente, dos chiflados intentan atracar un banco. Han planeado que durará quince minutos. Un movimiento en falso y la policía se presenta en el lugar. Y el tema se les va de las manos. Dentro del banco, siete rehenes: cinco mujeres, el director de la sucursal, aquejado de diabetes, y el guarda de seguridad, asmático. Curiosamente, en Estados Unidos a Tarde de Perros se le considera una película cómica. En efecto, los diálogos son ácidos y con un punto sado que mueven a la risa, pero es una risa fugaz. La película es dura. Pacino pierde los nervios y comienza a hacer cosas hilarantes, en una actuación prodigiosa. Pero para los rehenes es una aventura en una lánguida tarde de verano. Una aventura que no dejarán escapar. De hecho, el auténtico director de la sucursal llegó a decir que aquel había sido uno de los días más divertidos de toda su vida.
Existe otro nivel de individualismo amargo: el del teniente Moretti (Charles Durning espléndido, como siempre). Astuto, con clase, histriónico pero, en el fondo, buen tipo, intenta llevar las negociaciones a su manera. Y está a punto de conseguirlo. Hay una escena en la que Sonny sale del banco y se coloca a tres metros de Moretti. Es una epifanía. Ambos ven que todo es fútil: la lucha de Sonny por hacer feliz a su marido y la del policía por hacer las cosas con sentido común y apelando al lado humano. Pronto el FBI entra en escena. Aquel día no había nada mejor que hacer en el tórrido NY.

De repente, Sonny se convierte en una estrella mediática. Los cientos de personas que siguen el atraco desde el exterior de la sucursal comienzan a vitorearle. El chico tiene agallas, aunque esté muerto de miedo. Le planta cara a la policía. En realidad, los espectadores no son espectadores: son todo el país. Aquí se juzga a un tipo con valor. El país está podrido desde las raíces. el Watergate, Vietnam... y Attica.


https://www.youtube.com/watch?v=O_FbLZ9ebpE

RECORDAD ATTICA

El grito de "Recordad Attica" con el que Pacino enardece a las masas se refiere a la rebelión de un grupo de presos en el penal de Attica, en Nueva York, el 9 de septiembre de 1971. Los presos protestaban por las malas condiciones, el comportamiento brutal de los funcionarios y, sobre todo, por el movimiento social y cultural que se desarrollaba al otro lado de los barrotes. Estados Unidos cambiaba y ellos querían cambiar. Pero la policía mató a 45 e hirió de consideración a 80. "Recordad Attica", un grito que pasó a la historia del cine americano y que, en realidad, fue una improvisación de Pacino.

LA MANIPULACIÓN

Sonny y Sal comienzan a ver que pueden ganar. Tienen a los rehenes de su lado, en un clarísimo caso de Síndrome de Estocolmo, la gente en las calles está con ellos y todas las emisoras del país transmiten el acontecimiento en directo. Pero el poder omnímodo sobre el que Lumet sustenta todo su cine, y que los personajes de sus películas tratan una y otra vez de quebrar, aparece en escena. Lo hace con una secuencia terrible: un helicóptero sobrevuela el escenario del atraco. Alguien observa desde arriba. Alguien que va a acabar con todo esto porque el estado de las cosas no puede alterarse. El FBI comienza su plan de manipulación. Comienzan a difundir por televisión que Sonny es homosexual. El pueblo comienza a dudar. De hecho, se burlan de él cada vez que sale de la sucursal para negociar. Como remate, contactan con su esposo (León en la película, interpretado por Chris Sarandon, del que Susan Abigil Tomalin toma su apellido de casada) y, por una suma de dinero le convencen para que delate a su marido en una memorable conversación telefónica pinchada por los federales. Sonny descubre el pastel y cae en la cuenta de que todo ha acabado. Pide un avión para exiliarse en Argelia. En un hábil giro de guión, se deja entrever que delata a su compañero Sal. El resto de la película deberán verlo. Hasta aquí llega mi relato.

John Wojtowicz fue condenado a 20 años de prisión. Sin embargo, la venta de los derechos de su experiencia para filmar Tarde de Perros le sirvió para costearle a su esposo Ernest su operación de cambio de sexo. Ernest Aaron pasó a llamarse Elizabeth Debbie Eden.



COROLARIO

Tarde de Perros es una película que deben ver o, en su caso, revisar. Es puro músculo y talento. Y la mejor expresión de que el individuo está abocado a la amargura en un mundo podrido de arriba a abajo. Gocen de Lumet. Gocen de Pacino. Gocen, si pueden, del verano. 

viernes, 16 de mayo de 2014

10 TEMAS ORIGINALES DE CINE PARA PINCHAR EN UN GARITO

INTRODUCCIÓN


Inicio este post con un amigo entrañable en la memoria. Seguro que lee esto así que se identificará a sí mismo rápidamente. Un amigo que es la persona que más sabe del mundo sobre bandas sonoras y compositores de cine. Entrar en su habitación era alucinar. Cientos de casetes cuidadosamente clasificadas por orden alfabético. Sin embargo, sus carátulas eran un despiporre: collages inverosímiles, bandas sonoras que se fusionaban con temas sueltos, con una caligrafía diminuta. En noches de glorioso rock'n'roll o glorioso pop (y muchas cosas más) en bares de Gijón o de Avilés, él siempre esperaba que cayera un tema de John Williams, Jerry Goldsmith o Ennio Morricone. Nunca cayeron. Pero su esperanza siempre me ha dado pie a la reflexión: Si yo fuera un DJ, ¿qué temas de cine pincharía en una noche de perfil medio-alto? No me refiero a canciones originales o adaptadas para una película. Me refiero a bandas sonoras originales, temas instrumentales que tendrían sitio en una buena sesión de pincha. Bueno, pues ahí van diez. Mañana serían otros.


1. LA GRAN EVASIÓN, DE ELMER BERNSTEIN

Un excelente tema para empezar la sesión e ir in crescendo. Su espíritu burlón, que extrañamente mezcla con cierto aire épico, hacen de la marcha del grandioso Elmer Bernstein para La Gran Evasión un tema para tararear o silbar en grupo al dulce sabor de una cerveza. Un tema golfo e inmortal. 




2. EL HOMBRE DEL BRAZO DE ORO, DE ELMER BERNSTEIN

Sigue la sesión por Elmer Bernstein, uno de los más grandes. Fíjense si es grande que puede llegar hasta el tuétano de la emoción con composiciones como Matar un Ruiseñor, dibujar la épica en una partitura como en Los Siete Magníficos o componer este temazo que roza el acid jazz para una película maravillosa: El Hombre del Brazo de Oro, de Otto Preminger. Frank Sinatra, un cantante milagroso, pero un mal actor, estaba sin embargo brillante encarnando a un baterista de jazz heroinómano. Pero la que estaba bien aquí, como siempre, era Elanor Parker. Y, cómo no, Elmer Bernstein que ideó un tema que empieza con unos platillos de batería que parecen granizo. Y, de ahí, hacia arriba. Puro oro. 





3. LA LEY DEL SILENCIO, DE LEONARD BERNSTEIN

La mejor película de Elia Kazan (que ya es decir) es toda una paradoja. El drama de unos estibadores en los muelles de Nueva York, con un Marlon Brando colosal y una Eva Marie Saint que es pura rabia contenida, está lleno de delatores, de amenazas y de cabezas de turco. Quizás un sentimiento de culpa agudizó la maestría de Kazan: él mismo había sido un delator en la ignominiosa Caza de Brujas. Como obra maestra que es, La Ley del Silencio tiene una música magistral: esta partitura de Leonard Bernstein (nada que ver con el mentado Elmer). Una música que suena como diez toneladas de hierro cayendo al mar desde una grúa. Huele a noche y a miedo. 


                                       



4. ANATOMÍA DE UN ASESINATO, DE DUKE ELLINGTON

Qué bien elegía sus músicas Otto Preminger. Para Anatomía de un Asesinato escogió nada menos que a Duke Ellington. El Duqe se saca los hígados en esta partitura sinuosa y sucia para una película sinuosa y sucia. La irresistible atracción que siente el abogado que interpreta (formidablemente) James Stewart hacia la mujer a la que representa en un juicio es la columna vertebral de esta película que anticipó tantas otras: desde Instinto Básico hasta Veredicto Final. Por cierto, la mujer por la que Stewart perdía el sentido era Lee Remick. ¿Lo entienden ahora?


                                       



5. DOS HOMBRES Y UN DESTINO, DE BURT BACHARACH

Dejamos el jazz puro y duro. Es hora de correr un poco. Por ejemplo, con esta exquisita Southamerican Geataway de la banda sonora de Dos Hombres y un Destino. Ya ha aparecido en este blog, pero nunca es demasiado para hablar de Burt Bacharach, acaso el inventor del pop. Bacharach escribe una partitura vibrante, siempre en movimiento, como los personajes de este (demasiado) elegante panegírico de dos buscavidas: Butch Cassidy (Paul Newman) y The Sundance Kid (Robert Redford). Una música tan cool como los propios personajes. 


                                      



6. EL CASO THOMAS CROWN, DE MICHEL LEGRAND

¿Se puede tener más clase que Steve MacQueen en El Caso Thomas Crown? ¿Dónde diablos se compró esa camisa turquesa? En fin, ¿se puede tener más clase que Michel Legrand componiendo la música para El Caso Thomas Crown? Tiene 46 años, pero parece compuesta ayer mismo. Clase y ritmo a toneladas. 


                                      



7. BULLITT, DE LALO SCHIFRIN

Tercera (y última vez) que Steve Macqueen aparece en el post. MacQueen era un animal en todos los sentidos, pero vestía unos trajes de la leche. Quizás estuviera mejor con camisas de leñador, ahí debe decantarse el sector femenino. Pero su carisma y su imagen de hombre libre atraía partituras tan demoledoras como esta de Lalo Schifrin para Bullitt. Un clasicazo que parece inmiscuirse como un sónar en la enrevesada trama delictiva de la película, una de las grandes del cine de acción, con una persecución final de once minutos (!) que es el despiporre, con coches volando por las empinadas calles de San Francisco. Schifrin, un argentino poniéndole música a los bajos y los altos fondos de Frisco. Formidable. Por cierto, ¿Dónde se compraba MacQueen los cisnes azul Prusia? ¿Dónde?


                                        




8. UN HOMBRE Y UNA MUJER, DE FRANCIS LAI

Cuando existían las discotecas y yo iba a ellas, en el momento en el que el personal estaba más o menos caliente y el percal visto y revisto, el pincha ponía "las lentas", que eran un bajón. Era como un rito de iniciación bantú, de esos en los que un chaval es abandonado en la jungla de noche, con los leones rugiendo por todos lados. Vamos: aquello era una prueba de fuego, tanto como el juego de las sillas. Había que salir zumbando hacia la chavala que te gustaba, antes de que te la quitara otro más guapo, o más alto o, lo peor de todo: mayor que tú. Contra los mayores no había nada que hacer. Pues en aquella (interminable) sesión de "lentas" hubiera tenido cabida este eterno dabadabada de Francis Lai para Un Hombre y Una Mujer. Qué guapa está Anouk Aimée, ¡madre! Y qué buena es la película. Qué condenadamente buena. 




9. PETER GUNN, DE HENRY MANCINI

Permítaseme la licencia. Porque Peter Gunn no es una película, sino una serie de TV pero, ¿cómo dejar fuera este tema inconmensurable de Henry Mancini? Un tema que todas las orquestas deben tocar alguna vez y que todos los bares deben pinchar alguna vez. Puro desenfreno de Henry Mancini, el hombre que parecía componer sobre quinientos cojines de plumas de ganso. Pura clase. 




10. LAS VÍRGENES SUICIDAS, DE AIR

Terminamos la sesión con cierto bajón. Es hora de cerrar y siempre hay decadencia en el ambiente. Pues terminemos con una música decadente para una película decadente: Las Vírgenes Suicidas de Sofia Coppola. Recuerdo lo muchísimo que me gustó al verla en el cine, con una poesía visual y argumental desbordante, y lo poco que me gustó el otro día en la tele, con tics pijos y superficiales. Vamos, como de Sofia Coppola. En todo caso, la partitura del dúo francés Air es fantástica para terminar. 




COROLARIO

Salgan por la noche. Todo es más divertido. Vayan a los bares. Y exijan que les pongan temas, si es que el pincha no sale con una ballesta de clavos a repelerle. Ah! y vayan al cine, diantres. 


viernes, 2 de mayo de 2014

UNÍOS Y VENCERÉIS (VI): ¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE!

How Green Was My Valley. USA. 1941. 118 minutos. Dirección: John Ford. Reparto: Roddy McDowall (Huw Morgan); Donald Crisp (Mr. Morgan); Sara Allgood (Mrs. Morgan); Maureen O'Hara (Angharad Morgan); Walter Pidgeon (Mr. Gruffydd); Anna Lee (Bronwyn); John Loder (Ianto); Patric Knowles (Ivor); Barry Fitzgerald (Cyfartha); Rhys Williams (Dai Bando). Guión: Philip Dune, sobre la novela homónima de Richard Llewellyn. Música: Alfred Newman. Fotografía: Arthur C. Miller. Montaje: James B. Clark. Dirección Artística: Richard Day, Nathan Juran & Thomas Little. Vestuario: Gwen Wakeling. Glorioso Blanco & Negro. 



INTRODUCCIÓN

Vuelve esta bitácora con bríos renovados y con ideas antiguas. Y también con asombro: el que provoca en este humilde opinador, que escribe estas aún más humildes líneas (casi) de memoria, sin orden ni concierto, en un acto prácticamente cutáneo, el hecho de que haya gentes, no voy a decir que lean, pero sí que hayan sentido curiosidad por estas líneas en países como Indonesia, Bolivia, China, Cuba... ¿Cómo es posible? No hay estrategia de marketing que lo desentrañe. Así que, tras el asombro, llega la obligación de explicar cómo somos los asturianos, por si en Sumatra o en Shanghai alguien entiende estas palabras. 
Así que vamos allá. Primero, un par de nociones geográficas (los del resto del estado pueden obviarlas, porque infiero que ya las conocen). Asturias es una región pequeñita que está en el Norte de España. Es pequeña en extensión, pero más grande que algún país de la UE como, por ejemplo, Luxemburgo. También tiene un idioma: el asturiano, durante muchos años llamado bable que, en nuestro idioma, dio lugar a la palabra "babayu" (persona que habla más de la cuenta sobre temas de los que no entiende un pepino. También el que babea al hablar). Dicen también que Babieca, el famoso caballo de El Cid, recibió ese nombre porque era un asturcón. Sí, también tenemos una raza de caballos autóctona. Son fuertes y bravos. Difíciles de domar. El asturiano es riquísimo: un término puede contener un arcoiris de matices que lo hacen intraducible al castellano. Mucha gente en nuestro propio país nos confunde con los gallegos, que habitan otra región vecina pero distinta a Asturias. Nuestros diminutivos terminan en "-in // -ina", no en "-iño // iña". Así que la sidra, nuestra bebida autóctona, es "sidrINA" en diminutivo, y no "sidrIÑA". Es un ejemplo. También tenemos un tipo de gaita propia y un traje típico propio. 
Somos agrestes los asturianos. Pero con clase. Somos elegantes en el vestir y en el hablar. Somos francos los asturianos, aunque a veces nos pierde la imprudencia. Durante años fuimos el motor de España, con una industria floridísima. Casi cualquier cosa se fabricaba en Asturias. Hoy no. Nos gusta cantar a los asturianos. Nos gusta gritar a los asturianos. Nos gusta comer a los asturianos. Nos gusta beber a los asturianos. Nos gusta el aire libre, y la playa, y la montaña. Somos amigables, leales, y empáticos. Sabemos distinguir el trigo de la paja. Se nos engaña con poca facilidad. Somos luchadores y testarudos. Solidarios. Nos gusta la gente, y hacer cosas en común. Nos gusta defender al prójimo, aunque no lo conozcamos de nada. No sé si somos todas esas cosas, pero al menos un día lo fuimos.
Viene a colación este tostón porque la película asturiana por antonomasia la rodó en 1941 un americano de Maine, con fuertes raíces irlandesas, que se llamaba John Aloysius Martin Feeney, y que pasó a la historia del cine como uno de sus más brillantes estandartes bajo el nombre artístico de John Ford. La película es ¡Qué Verde Era mi Valle! Transcurre en un pueblo minero de Gales. Pero podría ser cualquier pueblo minero de Asturias. Tenemos la reconversión, la huelga, la lucha obrera, la emigración, la unión de los habitantes del pueblo, el accidente en la mina... John Ford hizo hace 73 años la película que nunca, ningún director ni asturiano ni español, ha sido capaz de hacer. 

"VERDE Y BRILLANTE BAJO EL SOL"

Richard Llewellyn escribió Qué Verde Era mi Valle en 1939. Mintió al decir que narraba su propia niñez en Cerrig Ceinnen. Llewellyn era inglés, no galés. Su descripción de la vida en el área minera galesa de Gilfach Goch tan sólo es el resultado de sus conversaciones con un grupo de mineros. 
También miente Ford. Gales no es Gales. Es Malibú. Ya tiene mérito el director artístico de la película, Richard Day, por haber conseguido que la soleada California pareciese la plúmbea Gales. La zona en la que se preveía filmar era objetivo de la aviación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, así que la Fox decidió que era mejor construir un plató de 32.000 metros cuadrados en las montañas de Santa Mónica. Esta decisión provocó que la película se rodase en blanco y negro, y no en color como se había previsto. La razón: el color de las flores del Sur de California no tenía nada que ver con el de las de Gales.
Qué Verde Era mi Valle es, en realidad, el fruto de una serie de casualidades. La Fox, con Darryl F. Zanuck al frente, pretendió convertir la novela de Llewellyn en una superproducción que rivalizara con Lo Que el Viento se Llevó. Una suerte de Cuéntame galés, pero a lo bestia. Pensó en William Wyler, pero el proverbial perfeccionismo del director franco-americano provocó que el presupuesto comenzase a subir y a subir sin freno. Wyler fue descartado. John Ford entró en escena. Afortunadamente. 
Las humildísimas raíces irlandesas de Ford le convertían en el director perfecto... pero no para una superproducción sino para una película íntima. La nostalgia de un hombre, que añora desde un país extranjero los días verdes y negros de su infancia. "Qué verde era mi valle entonces. Qué verde y qué brillante bajo el sol". 



SENSIBILIDAD Y VALENTÍA

Qué Verde Era mi Valle nos cuenta las peripecias de la familia Morgan, todos ellos consagrados a la mina, como todos los habitantes del pequeño pueblo. La economía de mercado comenzó a hacer entonces una labor de zapa que remataría Margaret Thatcher casi un siglo después. Los mineros, siempre dispuestos a la lucha y siempre dispuestos a unirse, son un peligro para los que buscan un silencio más espeso que el grisú. No son cómodos los mineros. Ni lo son ahora ni lo eran en Gales a comienzos del siglo XX. La película nos cuenta cómo unidos plantan cara al patrón, que impone una bajada de sueldos brutal. No ha cambiado gran cosa la situación: entonces y ahora la "amenaza" la conformaban gentes aún más pobres, que aceptarían el trabajo por dos perras. Los inmigrantes de hoy, siempre carne de cañón ante nuestra indiferencia. 
Sin embargo, la familia Morgan y el resto de habitantes del pueblo implican a esas nuevas gentes que aguardan, avergonzados, por un puesto de trabajo miserable. Se unen. Luchan. Pero la carne es débil. También lo es la dignidad.



El padre de familia (Donald Crisp que ganó el Óscar al mejor secundario por esta película), representa la desilusión, el cansancio, la inercia de los años. Se deja engatusar por el patrón. Compromete a su hija (Maureen O'Hara), que está perdidamente enamorada del cura, con el hijo del dueño de la mina en una maniobra con la que pretende asegurar el futuro de la familia, a fuer de resquebrajar la lucha de sus compañeros. 
Los mineros de Qué Verde Era mi Valle no triunfan en su unión. Saben que no pueden vencer. No nos habla de eso la película. Más bien nos habla de dos términos que son recurrentemente fordianos: la sensibilidad y la valentía. La sensibilidad es la que permite a los personajes de la película buscar justicia, pero no una justicia de manual, sino de carne y hueso, literalmente cutánea. Si uno sufre, todos sufrimos. La valentía es, en realidad, el motor de la película: la valentía de los hijos de Morgan, que se atreven a cuestionar todas las formas de pensar y de actuar que han cincelado los años y el miedo, y que se personifican en su padre. La valentía del padre Grufrydd (un portentoso Walter Pidgeon), que planta cara al obispo para defender no solo una justicia social tan ajena a la Iglesia, sino sobre todo el derecho a la educación, a la cultura, como motor de los siglos por venir. Esa dignidad épica del individuo fordiano se manifiesta aquí en todo su esplendor. 


RELÁJESE Y DISFRUTE

Qué Verde Era mi Valle es John Ford por los cuatro costados. No en vano, el director siempre afirmó que, de todas las películas que había filmado, esta era su favorita. La puesta en escena, el movimiento de la grúa, la forma de filmar de Ford, renacentista e íntima, desde entonces solo acariciada por Clint Eastwood, se conjugan con el humor, la retranca (tan asturiana como irlandesa), y algo que sólo los grandes pueden lograr: adelantarse a los pensamientos del espectador. Porque, ¿quién no está deseando que le partan la cara al imbécil del maestro de Huw?


Si van a ver por primera vez Qué Verde Era mi Valle, sepan que deben dejarse mecer por su emoción. Sepan que será una película en la que llorarán y reirán de principio a fin. Que no se oirá una mosca durante su proyección. Sepan que le transformará su visión del mundo y de las cosas que contiene.