martes, 1 de abril de 2014

UNÍOS Y VENCERÉIS (V): ATRACO A LAS TRES

España, 1962. 96 minutos. Dirección: José María Forqué. Reparto: José Luis López Vázquez (Fernando Galindo), Cassen (Martínez), Gracita Morales (Enriqueta), Manuel Alexandre (Benítez), Agustín González (Cordero), Alfredo Landa (Castrillo), Manuel Díaz González (Don Prudencio), José Orjas (Don Felipe), Katia Loritz (Katia Durán). Guión: Vicente Coello, Pedro Masó & Rafael J. Salvia. Música: Adolfo Waitzman. Fotografía: Alejandro Ulloa. Montaje: Pedro Del Rey. Dirección Artística: Antonio Simont. Glorioso Blanco y Negro. 



INTRODUCCIÓN

No son buenos días. Me veo en la obligación de ceñirme al título de esta bitácora anárquica: Cine para Días Terribles. Algunos, en efecto, son más terribles que otros. Y llega aquí la pregunta: ¿Tiene el cine la capacidad de curar? Ojalá. Ojalá ver una película que cuente cosas llegase a mitigar el dolor. De lo que estoy seguro es de que el cine alivia. Alivia el corazón y resetea el alma. Si tras ver una película el corazón no canta y no nos sentimos como iluminados por dentro, esa película no merece la pena. Decía en el anterior capítulo, el dedicado al musical, que veo Cantando Bajo la Lluvia cuando estoy triste. Ese alivio dura acaso un instante, pero el bienestar permanece en nuestras coyunturas, en nuestros hilvanes, en nuestras comisuras, que siempre han sido y siempre serán. De lo que estoy seguro es de que una ciudad sin cines es una ciudad menos sana. De que una casa sin películas es una casa más triste. Hay que ir al cine. Hay que ver películas. Películas como Atraco a las Tres, que es pomada para días terribles.

LA HABILIDAD DE FORQUÉ

José María Forqué ha pasado a la historia por ser uno de nuestros más grandes directores, versátil, en ocasiones incómodo y, sobre todo, hábil. En sus inicios coqueteó con el cine de propaganda, pero según adquiría cierto prestigio en la industria, comenzó a realizar películas más comprometidas. Lejos de los dogmas "militantes" de la época, Forqué abogaba por realizar películas en las que, bien reclamaba una reconciliación nacional imposible, bien, de manera sibilina, una justicia social aún más imposible. Compromiso, denuncia, pero también ironía, que es el mejor camuflaje para las ideas "molestas", fueron las señas de identidad del director zaragozano. Recordemos la gran Amanecer en Puerta Oscura, Oso de Plata en Berlín, y una alegoría de la justicia social que escaseaba y vuelve a escasear en estas Españas nuestras. Disfrazada de las andanzas de un grupo de bandoleros, la ironía llega cuando el Nazareno de la procesión de Jesús El Rico, en Málaga," indulta" al romántico ladrón interpretado por Paco Rabal.

     
                              

Así ocurre en Atraco a las Tres. En su estreno se la emparentó con la moda de películas que había iniciado la francesa Rififí, versioneada luego por Mario Monicelli en Rufufú (superior esta última a la original), y que consistían en el robo de un banco o de una joyería por parte de ciudadanos comunes (Rufufú fue homenajeada por Woody Allen en Granujas de Medio Pelo). Sin embargo, el motor de Rufufú es la venganza y el de Rififí la picardía. El de Atraco a las Tres es, por el contrario, el intento de supervivencia de unos empleados de banca hartos de la rutina, de la burocracia, de un aislamiento que es el de toda España. Habilmente, Forqué convierte la historia cómica de unos desventurados en una sátira desesperanzada e hiriente de la realidad grisácea de aquellos años. Disparar contra la dictadura hubiese sido demasiado simple. Forqué dispara contra los españoles, los medrosos, impávidos e inmóviles españoles. Eso sí que es una sátira.

Unión "a la española"

Somos curiosos los españoles. Ocupamos los primeros puestos de la clasificación general de la solidaridad, quizás a causa de un impulso católico, una pátina de caridad. Si sirve, bien está. Sin embargo, no somos capaces de hacer nada unidos. Salimos a la calle si nos bajan al equipo a Segunda o si los árbitros nos pitan dos penaltis seguidos, pero el recrudecimiento de la pobreza nos la trae al pairo. A veces, como quizá también entendió Forqué, tenemos lo que nos merecemos. Nos cuesta unirnos y, aún más, ofrecer soluciones. A excepción de honrosísimas excepciones, España es una nulidad en cuanto a pensamiento crítico. A nosotros lo que nos gusta es presumir de esos axiomas tan falsos como deprimentes: "Como en España no se vive en ningún sitio" "A mí que no me quiten el jamoncito y la paella". "Vaya sol y vaya playas que tenemos". Oiga: métase el jamoncito por donde amargan los pepinos. 
Nos cuesta unirnos. De hecho, ese Atraco a las Tres más parece una cuenta que nunca termina que una hora fijada para el atraco. Atraco a la una, a las dos, a las tres, a las tres y medio, a las tres y tres cuartos... Nos cuesta tomar decisiones. Y a los que las toman, o a los que se atreven a insinuarlas, caña. Fernando Galindo (por cierto, Galindo es el segundo apellido de José María Forqué) se atreve a poner sobre el papel un plan para desvalijar el banco en el que trabaja y tener una vida mejor. Sí, es una canallada, pero es que el director del banco es un canalla. 


                                   

Más que un canalla, Don Felipe es el prototipo de mamporrero, ese que en España suele llegar alto. Engolado, temeroso de dios y de los hombres, que ejerce su poder porque alguien le ha dicho que lo haga. Al pobre Don Prudencio lo han jubilado por creer que el dinero es un bien común y que con él puede ayudar a los que más lo necesitan. Que puede dar créditos que dan una lámina de esperanza a quienes los reciben. Don Prudencio es fulminado en algo así como un golpe de estado. La decisión sulfura a los empleados. Algo hay que hacer, y ese algo es un atraco, un ataque al sistema. 


                                    

El reparto es grandioso. Todos los tópicos están representados: el gallito, torpe y soñador Galindo. El miedoso Castrillo, la descarada Enriqueta, el pragmático Cordero, el descreído Benítez. Y ese personaje alocado, rayano en la esquizofrenia, absolutamente delirante, que es Martínez, el chico de los recados que interpreta Cassen. Toda España en seis personajes. 
El plan suena bien, pero desde el primer momento se sabe que será una chapuza, como no podía ser de otra manera. Eligen para conducir el coche al único que no sabe conducir. Le quitan al hijo de Martínez las pistolas de juguete que le han traído los Reyes para simular revólveres. Todo es improvisación. Además, el objetivo no es noble. En realidad, la insurrección lleva implícita desplumar a los clientes del banco por llevar una vida de estrellas de cine. Soñar es lícito. Siempre. 

Un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo

Todo se tuerce cuando entra en escena Katia Durán, una cabaretera que obnubila a Galindo. Ingresa sumas enormes en el banco. Para Galindo es el confeti de las fiestas a las que nunca podrá ir, el champán de las cenas de gala, esa otra vida, quizá sobrevalorada pero, qué diablos, vida al fin y al cabo. 


                                  

Esa España servil y melindrosa, que babea ante lo que llega de fuera, mutilada y masoquista, se encarna en la actitud del empleado de banca. Al final, todo es celofán, y Katia no es más que el gancho de una banda organizada que atraca el banco a la misma hora que los pobres empleados. Esa fatalidad carpetovetónica, esa negrura en el horizonte, es lo que termina por frustrar los sueños de unos personajes que somos nosotros, que vuelven a su monotonía y a su burocracia y a su tedio, y a esperar que las cosas mejoren solas. Vuelven a su resignación de buen ciudadano.


Corolario

Un reparto como el de Atraco a las Tres asegura una comedia con galones. La película tiene gags memorables, pero siempre con ese trasfondo agrio y oscuro, como deben ser las buenas comedias. Si no la han visto, véanla. Se darán cuenta de cómo en 52 años hemos cambiado poco o nada y seguimos arrastrando los mismos lastres. Al menos, Galindo y compañía lo intentan. Y eso, hoy día, ya es mucho. 

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