martes, 23 de junio de 2015

CINE PARA NOCHES TERRIBLES (I): "Tierras de Penumbra", de Richard Attenbororugh

INTRODUCCIÓN

Verano. La estación del año en la que todo termina en diminutivo. ¿Nos volvemos más tontos en verano? En algunos casos, es difícil. En otros, probablemente sí. Afortunadamente, nos queda el resto de estaciones para equilibrar nuestro estado mental. 
Existe gente que se lo pasa pipa en verano y que duerme cuando puede. Otros, en cambio, trabajan más que nunca, aguantan la respiración para no liarse a mamporros con los compañeros, con el jefe, con el presidente de la comunidad de vecinos, con el tonto que cree que su coche es Amnesia. Para esa gente que sufre el verano va esta sección que juega con el título de esta bitácora desordenada. Cine para Noches Terribles. Esas películas que pueden salvar un día de perros. Esos días en los que el chasquido de la cerradura que abre la puerta de casa suena como el arpa del Rey David. Esos días en los que el sofá se convierte en la alfombra de Aladino. 
El cine cura. Ahí va un ramillete de películas para ver a las dos de la mañana tras un día tan terrible como sólo los días de verano pueden ser. Empezamos.


TIERRAS DE PENUMBRA

Shadowlands. Reino Unido. 1993. 131 minutos. Dirección: Richard Attenborough. Reparto: Anthony Hopkins (C. S. Lewis); Debra Winger (Joy Gresham); Joseph Mazzello (Douglas Gresham); Edward Hardwicke (Warnie Lewis); John Wood (Christopher Riley); Julian Fellowes (Desmond Arding); Guión: William Nicholson, sobre su propia obra de teatro, del mismo título, basada a su vez en la novela Shadowlands,  de Douglas Gresham. Música: George Fenton. Fotografía: Roger Pratt. Montaje: Lesley Walker. Dirección Artística: John King, Michael Lamont & Stephanie McMillan. Vestuario: Penny Rose. Color.  




COMO UNA FLECHA DIRECTA AL CORAZÓN

Vi Tierras de Penumbra a los 20 años. Supe, desde el primer fotograma, que cambiaría no ya mi concepción del cine, sino también de la vida. En el primer minuto sentí el siseo de una flecha que surcaba el aire, cada vez más y más furioso, hasta hincárseme en el corazón al final de la película. Pocas veces ocurre quedarse clavado en la butaca hasta que terminen los créditos, paralizado por la grandiosidad de lo que se acaba de presenciar. A mí me pasó con Tierras de Penumbra.
La película es, no ya la gran obra maestra de Attenborough, sino quizás una de las más terriblemente hermosas historias llevadas al cine. Douglas Gresham, el niño de la película, dio pie con su novela homónima a una serie de la BBC que, a su vez, fue adaptada a las tablas por William Nicholson, autor del guión definitivo para la película. Gresham narra en su novela autobiográfica sus recuerdos sobre Clive Staples Lewis, C. S. Lewis para los lectores y Jack para los que compartieron íntimamente su vida. Y que es este señor:


C. S. Lewis, el más british de los norirlandeses, fue profesor de literatura medieval en Oxford, crítico literario, defensor del catolicismo en las tribunas de las universidades inglesas, locutor de radio, escritor y, sobre todo, autor de Las Crónicas de Narnia, una heptalogía a modo de manual sobre el bien y el mal para público joven. Ha vendido, grosso modo, unos 100 millones de ejemplares. 
Lewis había renunciado a la piel, a la vida más allá de las paredes de Oxford. Se había tapado los ojos con una venda de escepticismo hacia el género humano. Para él, la vida era insoportable. "La dicha absoluta sólo se tiene cuando lo que más deseas no está a tu alcance", llega a decir en una de sus clases. Su mortificación sólo espera una respuesta: dios. Y ese silencio de dios le hunde en un estado de letargo melancólico en el que no existe el sufrimiento ni las contradicciones morales. Puesto que dios no habla, yo no le hablaré a él. Y en paz. 
Sólo escapa de su estupor a través de sus Crónicas de Narnia, una suerte de dimensión paralela a la que se accede entrando en un armario. Ahí, Lewis escenifica sus ilusiones en lo que él denomina "magia". Pero la magia no existe. 
Y, en estas, aparece en su vida Joy Gresham, Davidman de soltera. Y que es esta señora:



Poeta, norteamericana, comunista, feminista, judía de cuna y educación, maltratada y humillada por su marido. En los años 40 tuvo una suerte de revelación que ella misma explicó así: "Todas mis defensas, las murallas de arrogancia, certidumbre y egoísmo que habían ocultado a dios, se derrumbaron... y entró dios". Tras esta experiencia, Gresham comenzó a cartearse con C. S. Lewis, admirada por sus obras sobre la religión cristiana. Esa relación epistolar se reforzó con la adoración que su hijo Douglas sentía por las entregas de Narnia. Así que... decidieron visitarle. Nacía así una historia digna de ser recordada.

LECCIONES SOBRE EL SUFRIMIENTO

Nunca había visto hasta entonces en una película una concepción del amor tan descarnada como en Tierras de Penumbra. No era el amor juvenil u hormonal que había visto hasta entonces. No era pasión, ni sonaban violines. Era un amor integral, un quid pro quo, una simbiosis, un compartir el núcleo vital de cada uno. Era, aún no lo sabía yo, el amor en sí mismo: un abandono de las zonas de comfort. Era, sí, el sufrimiento compartido que, no nos engañemos, constituye la mayor parte de nuestras vidas.


https://www.youtube.com/watch?v=GHGLx9HzCQI

Amar y ser amados. No existe otro objetivo vital. Jack y Joy lo consiguieron. Joy desenclava a Jack de su vida monótona y angustiosa, en la que el momento más emocionante es la tertulia diaria en el pub The Eagle and Child y en las que pomposamente se discutía sobre la nada. Joy es la vida y, como algo inherente a la vida, Joy es la muerte. Fénix y Némesis. A través de largas conversaciones, que recuerdan a la inconmensurable La Montaña Mágica, de Thomas Mann, ambos personajes viven en carne y espíritu la experiencia vital del otro. Experiencia: una maestra brutal.



Llega entonces esa explosión de amor que, como todas las buenas explosiones, dura tan sólo un instante. Por un segundo, el velo se rasga y apreciamos lo que hay al otro lado de esta existencia plana. Por un momento, atravesamos la puerta del armario y vislumbramos lo que hay dentro. Y dentro hay luz. 


                                      



EL DOLOR DE ENTONCES ES PARTE DE LA FELICIDAD DE AHORA

Conviene ver Tierras de Penumbra con el espíritu en zozobra. Su carga vital es tan enorme que podría hacerles pensar de más si la ven en calma. No soy muy partidario de eso que se viene en llamar carpe diem, que no significa "vive el momento" sino "toma el día". No existe el momento. Existe una secuencia de momentos. Lo que se ata ahora se ata en el pasado. Lo que se desata ahora, se desata en el futuro. Lo que se ama ahora será el punzón que zahiera nuestro espíritu cuando todo esto que ven ahora desaparezca. Cuando Joy desaparezca. 

(En el siguiente vídeo, adelanten la imagen hasta el minuto 2)


                                      


Y entonces aquí llega la gran pregunta, que me ha marcado desde aquella noche de febrero de 1994. ¿Estoy dispuesto a soportar el dolor? ¿Quiero sobrevivir a todos los míos o que todos los míos me sobrevivan? Y ustedes: ¿Están dispuestos?


EN ESTADO DE GRACIA

El estado de gracia no abunda en el cine. Pero esta película goza de ello. Desde la dirección de Attenborough, la planificación (un manual del uso del plano general y del plano corto, con la cámara "a la altura de los ojos", como diría Howard Hawks), la fotografía de Roger Pratt, sobria en los interiores de Oxford, luminosa a medida que el amor nace. Y, sobre todo, la actuación inconmensurable del trío protagonista. Nunca estuvo más terrenal Anthony Hopkins, nunca más profunda Debra Winger, nuca tan creíble un niño, en este caso Joseph Mazzello. Tanto, que consiguen, al menos en mi caso, que quiera ser como esos personajes que parecen contar en primera persona cómo conocieron el amor auténtico. 


IDEAL PARA...

Personas que llegan a casa tras haber perdido la fe en sí mismos.


APOSTILLA

C. S. Lewis tituló sus memorias Sorprendido por la alegría (Surprised by Joy)




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