miércoles, 2 de diciembre de 2015

LIII FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE GIJÓN

INTRODUCCIÓN


He tenido que hacer un ejercicio de empatía y relajación para escribir sobre la 53 edición del Festival Internacional de Cine de Gijón. Si hubiese escrito este post justo al terminal la muestra, sé que a la larga me habría arrepentido de alguna de las cosas que hubiese escrito. No voy a opinar sobre si esta edición ha sido un fracaso, un éxito, una mediocridad o una nadería. No tengo tanto ego, ni base para afirmar cualquiera de esas cosas, ni he estado en la organización ni tengo en mi espectro todos los puntos de vista. En cambio, sí creo que la edición ha sido fallida. Voy a intentar explicar por qué.



Verán. El cine ya no es el espectáculo por antonomasia. El público ha cambiado. Sería más correcto decir que la gente ha cambiado. Se ha acostumbrado a los más jóvenes a la inmediatez, al recogimiento, a la banalidad, al usar y tirar. Conozco pocos menores de 25 años a los que le guste el cine, pero el cine de verdad, el que cuenta cosas. No interesa que el cine cuente cosas. El invento, que aunaba carga ideológica y diversión, se les había ido de las manos a los dueños del cotarro. El cine había transformado el mundo. De hecho, nuestro mundo actual es inimaginable sin el cine. Modificó la ética, la estética y la moral del mundo a lo largo del siglo XX. El monstruo había crecido demasiado. Había que cortarle las patas, no fuera a ser que consideráramos que el cine era la vida (yo aún lo pienso. Es más, creo que el cine es la vida futura). Se necesita un cambio de rumbo. ¿Saben cuál es ese cambio de rumbo? El inculcar a la gente que el cine es mero entretenimiento (la palabra más mezquina del diccionario), que no cuenta nada. El cine llamado independiente ha devenido en un catálogo de personajes tan estúpidos, que uno no sabe si son trasunto del director o si intencionadamente se construyen así para minar la influencia del cine en la gente. 
No se puede ir al cine ya. Y esto lo digo literalmente. Hay que ir a un centro comercial en el quinto pino, gastarse un dineral, entrar a una sala vertical (ya no molesta si alguien más alto que tú se pone delante) y aguantar que alguien entre con un surtido de comida mejicana, un cartón de tres kilos de palomitas, hamburguesas... sólo falta el bocadillo de calamares. La gente, y esto es lo peor, actúa como si estuviese en casa. Habla en voz alta, atiende el móvil, envía whatsaps. Y no pasa nada. El cine es, en estos momentos, inimaginable. 
En el FICX pasa algo de esto. En su afán por abrir el festival a otros públicos (algo loable), Nacho Carballo y su equipo han tendido, desde que asumieron la dirección, a atiborrar la sección oficial que, no lo olvidemos, es el corazón del festival y donde realmente se ve la mano del director, en una colección de películas sin ningún hilo argumental. Basta con que hayan ganado algún premio en Locarno, en Venecia o en Berlín para que estén en Gijón. Pero, ¿cuál es el hilo argumental del FICX? ¿Cuál es su rasgo distintivo? Ninguno. 

No voy a ser yo el que defienda a nadie ni me alinee con nadie. En Gijón hemos visto cosas espantosas. Pero espantosas. Pero el festival tenía una ideología: películas arriesgadas, de cinematografías poco comunes, que contaban cosas que le pasaban a la gente. Era una forma de explicar el mundo. El mundo de la gente común, nuestro mundo. Era un festival socialmente incontestable, con un punto de compromiso que se ha perdido. Gracias a ese afán por ser distintos, hemos podido ver películas fantásticas como Lilya 4-ever, Workingman's Death, Baran o la apabullante Cargo 200 de Aleksei Balanov. Sí, cierto, bajo la dirección de Carballo hemos visto grandes películas en la sección oficial, pero nos hemos ido para casa con una sensación de no pertenencia.

Así es. El festival ha perdido arraigo entre la población, y eso también está en el debe de la dirección. No funciona la comunicación. A pesar de que había grandes películas en ciclos paralelos (como la magistral In the Crosswind o la brutal Son of Saul, de la que habrá crítica en breves fechas), no se ha sabido vender. Una cosa es que haya buenas entradas en las sesiones y otra que se note que la ciudad está de festival. Es muy difícil combinar la irremediable egolatría de un director (todos la tienen) con esa empatía hacia el resto de la ciudad que también es imprescindible. Ya no existe la maravillosa Subida a Cimavilla en la que la afición se encontraba, bebía y charlaba en los bares de la zona de ocio gijonesa por antonomasia. Se han perdido las fiestas en los bares, se ha perdido la obligación de las cafeterías del entorno de las sedes a preparar remesas de pinchos entre sesión y sesión (porque la gente dobla, eso hay que tenerlo en cuenta, y de noche hay que engañar al hambre). No puede ser que no haya nada que echarse a la boca antes de la sesión de las 22.30. Este año, lo juro por mi vida, un señor sacó una tartera llena de escalopines al cabrales en medio de una película. Pero como no pasa nada...

Y luego están las películas. En fin.... una de las secciones oficiales más pobres de la historia. De lo que he visto, me quedo con la belleza estética de Taklub, del filipino Brillante Mendoza. Una película sobre las consecuencias de un tifón en una isla filipina, preciosista y contenida, pero un poco fría.



Por supuesto, Taklub no se llevó ni uno de los premios gordos del festival. 

Venía con fuerza Much Loved, la película marroquí prohibida en su país supuestamente por la imagen de la mujer que se ofrece (es la historia de un grupo de prostitutas de lujo). En realidad, en una sociedad como la marroquí, sospecho que se prohibió por la imagen que se ofrece de los hombres. Una película que llenó el Jovellanos, seguramente por el morbo que tiene todo lo prohibido. Empieza bien pero se va apagando como la luz de una vela... hasta convertirse en algo insulso. 


                                        


Eso sí, merecidísimo premio a la mejor actriz para Loubna Abidar. 

Y luego.... la nada. La rumana Aferim!, con una media hora final que es un suplicio. La hindú Masaan, propia de la sección infantil y juvenil. o La Calle de la Amargura, un Ripstein menor pero con el toque justo de sordidez en esta historia sobre dos viejas prostitutas que, hartas de vivir, se cargan a dos luchadores enanos. 


                                         

                                          https://www.youtube.com/watch?v=HyxbO-umfLk

Ripstein, ese alumno aventajado de Buñuel, se llevó el premio al mejor director, yo creo que por eliminación. Nadie lo esperaba. 


EL PALMARÉS

Pero, donde ya uno alucina en colores, es cuando lee el palmarés del festival. Mejor película: Right Now, Wrong Then del coreano Hong-Sang Soo. Créanme si les digo que es una de las películas más aburridas, pretenciosas y absurdas que se han programado en Gijón en los últimos 25 años. Pero, claro, como a Hong-Sang Soo el Festival le tributó un homenaje hace dos años, pues había que traerla y, además, aguantar que alguno diga que es una obra maestra (y no sólo Carballo, sino algún periódico). Si esto es una obra maestra, entonces Lawrence de Arabia, ¿qué es? ¿qué es Lawrence de Arabia? 
Miren. Para hacer películas como Rohmer hay que ser Rohmer. Right now... empieza como uno de los cuentos morales del director parisino, pero enseguida empieza a verse la trampa y aburre hasta a las ovejas. Vamos, que ponen unas ovejas a ver la película y balan. Un director de cine independiente, un snob, un ególatra, alcohólico y mujeriego, solo en una ciudad desconocida, intenta ligarse a una joven pintora. Vemos las erróneas artimañas del director. Todo sale mal. Entonces la película empieza otra vez. El 90 % de los planos son los mismos, pero con otro diálogo. El director (el de ficción) "pule" algunas de sus estrategias y casi casi casi lo consigue. Da igual que cuente el final que no. A la mitad, osea, al final de la primera parte, medio auditorio ya se había ido. Los que quedaban, bien dormitaban, bien dormían directamente. El vídeo que podrán ver a continuación está proyectado al revés (es el tráiler oficial, que conste). Quizás así hubiese sido más divertida.


                                         


Para más inri, el actor Jeong Jae-Yong recibió el premio al mejor actor. Hay que decir que las escenas en las que ambos protagonistas aparecen borrachos (que son la mayoría), los actores están borrachos de verdad (declarado públicamente por ellos). Con lo cual, le han dado un premio a un actor por hacer de borracho estando borracho. Fabuloso (al menos Nicholas Cage tenía gracia). 
La película más acorde al Festival de Gijón, la danesa Land of Mine, tuvo el honor de recibir el premio que otorga el público con sus votaciones. Obviamente, en el fallo del jurado, ni una mención. 


LAS SECCIONES PARALELAS

Como toda la crítica especializada subrayó a lo largo de todo el festival, lo mejor fueron las muestras paralelas (muy por delante de la sección oficial). En Gran Angular (películas premiadas en otros festivales, la selección tampoco era muy concienzuda) pudimos ver la monumental Son of Saul que, lo digo ya, se va a llevar el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Qué peliculón. Esto sí que es una obra maestra, Carballo. A pesar de lo que diga Carlos Boyero, que cada día sabe más de balonmano. También se vio la fantástica Ixcanul, del guatemalteco Jayro Bustamante, que conserva esa inocencia y pureza del cine iberoamericano (a parte Argentina y Méjico). 
En Docuficx, la mareante y pija The Emperor's New Clothes, el esperado documental de Michael Winterbottom. Una especie de Follonero a lo grande, dando las claves de la crisis pero de una manera aturullante y tan poco seria que parece que la crisis se desarrolla en el fuerte de los Playmobil. También Hitchcock / Truffaut. Bien. Algo pedante, pero bien. Por cierto, ¿Hay algún documental sobre algún genio del cine en el que no salga Peter Bogdanovich? 

COROLARIO

Leo en un diario local que el director del Festival cree que hay "una caza de brujas" contra el certamen. En realidad, quiere decir contra él, porque el Festival seguirá una vez se haya ido, si es que se va. Habría que recordarle que en la auténtica Caza de Brujas (me refiero a la de Hollywood, no a la de Salem) hubo una buena nómina de delatores, gente de la industria, amigos de los "cazados", que por un lado mostraban su cara más amable y por detrás le iban con el cuento a McCarthy. Ahora, si quiere decir que ningún político se dejó ver por las salas, tiene razón: ni de un lado ni de otro. Pero si realmente quiere decir que hay un boicot contra el certamen, éso es muy antiguo, hombre. 
Entiendo que alguien desde dentro haya insinuado que lo mejor es mover el Festival a Semana Santa. Claro, es la única forma de que Valladolid, Málaga y Sevilla, los festivales con los que compite Gijón, no se adelanten a la hora de escoger películas. A lo mejor, la solución es ver más películas y encontrar un hilo argumental para el Festival, no vaya a ser que Sevilla, que sólo lleva doce ediciones (41 menos que Gijón) nos adelante por la izquierda. 
En el haber, un acierto lo de la sección Convergencias, y el puntazo de traer a Víctor Erice a dar un máster sobre cine. No se ha enterado nadie porque el genial director no permitió la entrada a la prensa a sus sesiones, algo que no me parece ni bien ni mal. Ahora, también hay que decir que pagando, se consigue casi todo. Pero tener a Erice en Gijón es dinero bien invertido. 
Y, por último, una pregunta: si en Gijón se podía ver una película del Chad y Ocho y Medio en la misma edición, ¿por qué ahora no?




No hay comentarios:

Publicar un comentario