lunes, 1 de diciembre de 2014

CRÍTICAS (VII): "THE ZERO THEOREM"

The Zero Theorem. Reino Unido. 2014. 107 minutos. Dirección: Terry Gilliam. Reparto: Christoph Waltz (Qohen Leth); Mélanie Thierry (Bainsley); Matt Damon (Dirección); David Thewlis (Joby); Lucas Hedges (Bob); Tilda Swinton (Doctora Shrink-Rom). Guión: Pat Rushin. Música: George Fenton. Montaje: Mick Audsley. Fotografía: Nicola Pecorini. Dirección Artística: Jille Azis, Gina Stancu & Adrian Curelea. Vestuario: Carlo Poggioli. Color.




INTRODUCCIÓN

Ya sé. Más de la mitad de los potenciales lectores de esta entrada jamás habrá visto una película de Terry Gilliam y, si lo ha hecho, le habrá saturado tanto que preferirá no revisitar al director norteamericano. Quizás hayan visto El Rey Pescador, monumental viaje al interior del miedo y de la redención. Quizá Brazil, una película extraña sobre la libertad en tiempos de grandes hermanos, una suerte de anticipación de lo que hoy ya es la gran amenaza para la gente común. Para ustedes y yo. Doce Monos, ¿la habéis visto? ¿Difícil, eh? Pero con un sentido del humor implacable. Gilliam no es un director fácil, porque es diferente. Y ya sabéis que lo diferente asusta. Más que ciencia ficción, una terminología absolutamente desfasada, Gilliam rueda, como él mismo lo llama, "realidad ficción". Mientras que la ciencia ficción estuvo instrumentalizada desde un primer momento por los gobiernos más poderosos (fundamentalmente el norteamericano) a modo de experimento sociológico, el género que cultiva el director de Minnesota aglutina todas las realidades posibles y apuesta por una. Ni siquiera se le puede llamar fantasía. 
En The Zero Theorem Gilliam vuelve a mostrar a un hombre, o lo que sea el personaje central, obliterado por una mecánica social que le sobrepasa y a la que opta por no adaptarse. Cuando finalmente lo intenta, sucumbe... o no. Es un Gilliam menor, pero un Gilliam al fin y al cabo. 


DIEZ AÑOS DE PROYECTO

Pat Rushin es profesor de literatura creativa en la Universidad de Florida Centro (UCF en su acrónimo en inglés). También es el guionista de la película. Tardó nada menos que una década entera en escribir el texto. Se basó en el Eclesiastés. De hecho, el pretendido autor del libro canónico, llamado Quoheleth, da nombre al protagonista (Qohen Leth). ¿Qué cuenta el Eclesiastés? Pues algo muy curioso: es una manifestación contra el propio Yaveh, el creador de todas las cosas, dentro del Antiguo Testamento. Algo así como un manifiesto político que carga contra un creador que nos deja solos en esta vastedad con un único destino posible: la muerte. Algo tan insoportable y oneroso que la única salida es no proponerse ningún tipo de objetivo vital, puesto que nos aguarda la nada eterna. 
Así, Rushin escribe un Eclesiastés moderno en el que el ser humano ni es ser ni es humano. El mundo es una distopía atroz, quizá situada dentro de un ordenador y no en el planeta tierra según lo conocemos. Un muro de tecnología nos separa de la piel, del sudor, de las lágrimas. Sólo hace falta romper ese muro para discernir si, en efecto, tras esta sociedad tan cercana a esa distopía hay algo o se extiende el yermo sin fin.

Un texto tan profundamente filosófico era difícil que encontrase director. Pero siempre queda Terry Gilliam. En su pelea sin fin por filmar El Quijote (cabe recordar que incluso comenzó a rodarlo, pero se quedó sin dinero por sus extravagancias), que va camino de convertirse en el Napoleón de Kubrick, Gilliam aceptó el proyecto quizá como recaudación para su proyecto/obsesión. Se desplazó a filmar a Rumanía e Italia (aunque la película parezca rodada en unos decorados fuera del tiempo y el espacio). 



Una compañía tecnológica global, dirigida por una entidad omnipresente e intangible, interpretada por Matt Damon (con un enorme parecido a Philip Seymour Hoffman) pretende demostrar que no existe nada más allá de la muerte y que todo, tarde o temprano, será devorado por un enorme agujero negro. En definitiva, demostrar lo indemostrable o, por el contrario, lo que ya está más que demostrado: que no somos nadie. Nadie más que nosotros mismos. Ese "nosotros" mayestático con el que Leth se refiere a sí mismo. Esa demostración requiere llegar al cerebro de la bestia, un artefacto que aglutina todos los pensamientos de los seres que moran en esa distopía. El mundo debe seguir girando, a pedales si es necesario, hasta que se resuelva el Teorema Cero: el fin de la especie, que ya no somos nosotros, sino unos seres devorados por las redes sociales, el márketing, el ego con mayúsculas, la tecnología. Es el fin de la raza humana como la conocemos. 


AMOR EN LA NADA ABSOLUTA

El amor puede surgir incluso en la nada absoluta. Porque puede que sea cierto que no exista nada más allá de la muerte pero, ¿existe algo más allá de la vida? ¿Algo anterior a la vida misma? ¿Es la vida el resultado de nuestra mente o existe una vida canónica a la que nos adaptamos? Sí. Leth se enamora de Bainsley, una prostituta de esa otra dimensión, la que ha sustituido al mundo según lo conocemos. Aberra el contacto físico. Por el contrario, entrar en su página web ataviado con el traje pertinente permite dar rienda suelta a nuestro yo más profundo, a nuestras fantasías... ¿o son las fantasías de otros, ya que todos estamos interconectados? Una experiencia sublime, mucho más potente que el sexo. 
Como en "Moonriver", Bainsley tienta a Leth a irse con ella y conocer el mundo. Ese mundo que está esperando a la vuelta de la esquina, si es que tal mundo existe. ¿Podrá Leth abandonar la búsqueda del Teorema Cero e irse con ella? ¿Querrá Leth abandonar el proyecto? ¿Podrá romper ese muro y flotar por la nada? ¿Se produjo la llamada que espera sin consuelo Leth en una vida anterior a esta sociedad descarnada?


COROLARIO

The Zero Theorem, como ya decíamos anteriormente, es un Gilliam menor. Más grandilocuente que nunca, más alucinógeno que nunca, pero con los reflejos y la velocidad mental de un señor de 74 años que solo tiene una obsesión: filmar la versión definitiva de Don Quijote. El resto es accesorio, y eso se nota ya que la película pierde nervio por momentos y es irregular y algo densa. Sin embargo, la historia que plantea es tan fascinante, y la manera de rodar de Gilliam tan alucinante que, sinceramente, yo le daría una oportunidad si no la habéis visto ya. 


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