viernes, 12 de julio de 2019

CONTORSIONISMO EN EL SOFÁ. CINE PARA NOCHES DE VERANO. CAP.7: "IMITACIÓN A LA VIDA", DE DOUGLAS SIRK

Imitation Of Life. EEUU, 1959. Dirección: Douglas Sirk. Reparto: Lana Turner, Juanita Moore, Susan Kohner, Sandra Dee, John Gavin. Guión: Eleanore Griffin & Allan Scott, sobre la novela de Fannie Hurst. Fotografía: Russell Metty. Música: Henry Mancini. 124 minutos. Blanco y Negro.


INTRODUCCIÓN

Hagamos honor al título de esta sección veraniega, "contorsionismo en el sofá". Porque nada más placentero para la noche de un agotador día de verano que abandonarse física y mentalmente, y ni siquiera necesitar un soporte físico, para presenciar un melodrama de Douglas Sirk. En realidad, aclarar que un melodrama es de Douglas Sirk es redundante, puesto que el director germano-americano es el omega de este género, el que recogió las ideas de Stahl, el gran pionero, y las retorció hasta modelar un género nuevo, un género en sí mismo: las películas de Douglas Sirk.

PERO, ¿QUÉ ES EL MELODRAMA?

El melodrama es lo que vulgarmente llamamos "películas de llorar" o "dramones". Sobrenombres un tanto burlones y que contienen un cierto distanciamiento. Es precisamente ese distanciamiento el que diferencia al drama del melodrama. Un drama nos toca, nos revuelve y puede llegar a transformarnos. Son peripecias de gente con la que nos podemos identificar y, por tanto, empatizar con ella. Sin embargo, el melodrama suele contar historias de personas ajenas a nuestra vida, a nuestra experiencia, pero que se convierten en categorías, en símbolos que comprendemos y por las que llegamos a sentir compasión. Tiene el melodrama una suerte de capa de banalidad, lo que hace que la historia nos penetre como un cuchillo. Es el azúcar que se toma para acompañar a la píldora. Y, lo más importante: el melodrama carece de moraleja. Es un compartimento estanco que dura entre 100 y 120 minutos, con un comienzo y un final definidos y cuya estela es corta, lo que incrementa el gozo del cine por el cine, de dejarse ir pero queriendo volver.
Imitación a La Vida contiene todos estos ingredientes, porque Imitación a La Vida es el mejor melodrama de todos los tiempos.

HISTORIAS QUE SE ENTRECRUZAN

Douglas Sirk, nacido Hans Detlef Sierck en Hamburgo, huyó de la Alemania nazi en 1937. ¿Qué sería de la historia del cine sin los directores emigrantes? Sin Billy Wilder, sin Michael Curtiz, sin Lubitsch, sin Wyler,  sin Siodmak y, por supuesto, sin Douglas Sirk...
Lana Turner, nacida Julia Jean Mildred Francis Turner en Wallace, Idaho, fue la actriz mejor pagada del momento, un mito, y una mujer marcada por un asesinato. Tras siete matrimonios frustrados, Lana Turner comenzó un idilio con Johnny Stompanato. Todo bien, si no fuera porque el tal Stompanato era uno de los hombres fuertes de la mafia de Los Ángeles. Celoso por lo que creyó (quizá con razón) un flirteo entre su esposa y Sean Connery durante el rodaje de Brumas de Inquietud, el hampón sometió a la actriz a una serie de maltratos que seguramente hubiesen acabado con la vida de Lana si no hubiese sido por la mediación de su hija Cheryl, que sólo tenía catorce años. La noche del 4 de abril de 1958, mientras Stompanato machacaba a su madre, Cheryl corrió a la cocina, cogió un cuchillo y sin vacilación se lo clavó en el estómago al mafioso. Comenzaba así uno de los momentos más turbios del Hollywood dorado. El Juicio Stompanato fue incluso transmitido en vivo por televisión. Finalmente, la justicia consideró el crimen "asesinato justificado" y dejó en libertad a Cheryl.
Lana Turner necesitaba una película para reflotar su vida y su carrera. Y llegó Imitación a la Vida. Douglas Sirk, investigado por "actividades antiamericanas" durante la Caza de Brujas, se hartó de Estados Unidos y, cansado y decepcionado, volvió a Europa tras terminar Imitación a La Vida. Por tanto, la película ya no es un melodrama a secas: es un metamelodrama sobre dos vidas que se cruzan, sobre algo que renace y algo que fenece. Una historia que sería una película insuperable.


JUEGO DE ESPEJOS

Todo comienza en una playa. Una niña se pierde, una madre la busca, un hombre la encuentra. Está jugando con otra niña. Una niña aparentemente blanca, pero cuya madre es negra. "Mi marido era casi blanco", afirma, mientras su gen servil, incrustado tras años de esclavitud, le induce a ofrecerse como sirvienta a la madre de la niña que ya se ha hecho amiga de su hija. Cinco minutos de película, y Douglas Sirk, con su proverbial aptitud para ir al grano, ya nos ha presentado la historia, la intrahistoria y la metahistoria. Intuimos que pasa, que pasó y que va a pasar. Es un arranque portentoso.
Lo que pasa es que Lora Meredith es una mujer viuda, sin recursos, que quiere ser actriz, y que lucha sin desmayo por encontrar un papel que cambie su vida. En suma, la vida real de Lana Turner. La estrella de Hollywood está aquí sin artificios, en carne viva, porque es ella misma a la que interpreta. Su naturalidad, su forma de sufrir, de estremecerse, de reír y de llorar, de asombrarse ante la vida que se escapa, es uno de los alicientes de la película. Un dato: Lana Turner, a pesar de la (bellísima ) fotografía, del maquillaje y de los hermosos vestidos que luce, parece una mujer ajada, arrugada, marcada. Sólo tenía 38 años.
Lo que pasa es que Annie es una mujer que necesita un hogar, algo a lo que aferrarse. Es una mujer degradada, que se cree obligada a servir, como lo hicieron los antepasados de sus antepasados. Que se cree sujeta a una fe religiosa que no le aporta ningún beneficio, pero a la que se entrega, como hicieron los antepasados de sus antepasados. Su único objetivo es conseguir que su hija Sarah Jane la quiera, que no reniegue de ella por ser negra. Porque Sarah Jane se ve como una chica blanca. Realmente lo era, porque la elección de la actriz Susan Kohner (extrarodinaria durante toda la película, en un papel que le reportó una nominación al Oscar como mejor actriz de reparto), fue una de las grandes controversias que rodeó a la película. En plena lucha por la igualdad racial, los colectivos anti-racistas pusieron el grito en el cielo porque no se hubiese elegido una actriz negra.
Lo que pasa es que la vida pasa. Así, sin más. Y eso es, de por sí, una gran película. Lora triunfa como actriz, Sarah Jane reniega de su madre, Susie, la hija de Lora, crece hasta convertirse en todo lo que su madre detestaba de sí misma. Los hombres irrumpen en un universo estrictamente femenino para, como es habitual, estropearlo todo. Se establece un juego de espejos en el que Sirk era especialmente maestro. Lora tiene la fama y el dinero, pero no la espiritualidad y el coraje de su sirvienta. Sarah Jane tiene la rabia, pero no la aceptación social de Susie. Susie tiene una madre biológica, Lora, y una real, Annie, cuya auténtica hija huye de ella. Todo este juego convierte a la película en la historia de cuatro mujeres desamparadas, que persiguen algo real a lo que aferrarse. Y es que, ¿viven una vida o una imitación a la vida? ¿No es la vida lo que está al otro lado del espejo?
El rotundo y dramático final, durante cuyo rodaje Lana Turner sufrió un ataque de ansiedad y un brote de histerismo (abortado por una bofetada de su maquilladora), es el colofón a una película que te atrapa y no te deja ni ir al baño, porque cada frase aporta algo, porque cada escena añade un matiz distinto a la historia de cuatro vidas cualquiera, cuatro vidas que, como todas, son una imitación a la vida.



COROLARIO

Ver Imitación a la Vida es ver la película que cualquier director (especialmente Almodóvar, una suerte de fusión entre Douglas Sirk y Fassbinder) hubiese soñado con dirigir. Pero, claro, no cualquier director es Douglas Sirk. Sería injusto decir que es su mejor película. En todo caso, es la película que lo ha convertido en inmortal. Una película llena de espejos, tras los cuales está la auténtica vida. Una película elegante y desgarradora, que funciona como un reloj. Una película que es una joya de la historia del cine. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario