viernes, 2 de mayo de 2014

UNÍOS Y VENCERÉIS (VI): ¡QUÉ VERDE ERA MI VALLE!

How Green Was My Valley. USA. 1941. 118 minutos. Dirección: John Ford. Reparto: Roddy McDowall (Huw Morgan); Donald Crisp (Mr. Morgan); Sara Allgood (Mrs. Morgan); Maureen O'Hara (Angharad Morgan); Walter Pidgeon (Mr. Gruffydd); Anna Lee (Bronwyn); John Loder (Ianto); Patric Knowles (Ivor); Barry Fitzgerald (Cyfartha); Rhys Williams (Dai Bando). Guión: Philip Dune, sobre la novela homónima de Richard Llewellyn. Música: Alfred Newman. Fotografía: Arthur C. Miller. Montaje: James B. Clark. Dirección Artística: Richard Day, Nathan Juran & Thomas Little. Vestuario: Gwen Wakeling. Glorioso Blanco & Negro. 



INTRODUCCIÓN

Vuelve esta bitácora con bríos renovados y con ideas antiguas. Y también con asombro: el que provoca en este humilde opinador, que escribe estas aún más humildes líneas (casi) de memoria, sin orden ni concierto, en un acto prácticamente cutáneo, el hecho de que haya gentes, no voy a decir que lean, pero sí que hayan sentido curiosidad por estas líneas en países como Indonesia, Bolivia, China, Cuba... ¿Cómo es posible? No hay estrategia de marketing que lo desentrañe. Así que, tras el asombro, llega la obligación de explicar cómo somos los asturianos, por si en Sumatra o en Shanghai alguien entiende estas palabras. 
Así que vamos allá. Primero, un par de nociones geográficas (los del resto del estado pueden obviarlas, porque infiero que ya las conocen). Asturias es una región pequeñita que está en el Norte de España. Es pequeña en extensión, pero más grande que algún país de la UE como, por ejemplo, Luxemburgo. También tiene un idioma: el asturiano, durante muchos años llamado bable que, en nuestro idioma, dio lugar a la palabra "babayu" (persona que habla más de la cuenta sobre temas de los que no entiende un pepino. También el que babea al hablar). Dicen también que Babieca, el famoso caballo de El Cid, recibió ese nombre porque era un asturcón. Sí, también tenemos una raza de caballos autóctona. Son fuertes y bravos. Difíciles de domar. El asturiano es riquísimo: un término puede contener un arcoiris de matices que lo hacen intraducible al castellano. Mucha gente en nuestro propio país nos confunde con los gallegos, que habitan otra región vecina pero distinta a Asturias. Nuestros diminutivos terminan en "-in // -ina", no en "-iño // iña". Así que la sidra, nuestra bebida autóctona, es "sidrINA" en diminutivo, y no "sidrIÑA". Es un ejemplo. También tenemos un tipo de gaita propia y un traje típico propio. 
Somos agrestes los asturianos. Pero con clase. Somos elegantes en el vestir y en el hablar. Somos francos los asturianos, aunque a veces nos pierde la imprudencia. Durante años fuimos el motor de España, con una industria floridísima. Casi cualquier cosa se fabricaba en Asturias. Hoy no. Nos gusta cantar a los asturianos. Nos gusta gritar a los asturianos. Nos gusta comer a los asturianos. Nos gusta beber a los asturianos. Nos gusta el aire libre, y la playa, y la montaña. Somos amigables, leales, y empáticos. Sabemos distinguir el trigo de la paja. Se nos engaña con poca facilidad. Somos luchadores y testarudos. Solidarios. Nos gusta la gente, y hacer cosas en común. Nos gusta defender al prójimo, aunque no lo conozcamos de nada. No sé si somos todas esas cosas, pero al menos un día lo fuimos.
Viene a colación este tostón porque la película asturiana por antonomasia la rodó en 1941 un americano de Maine, con fuertes raíces irlandesas, que se llamaba John Aloysius Martin Feeney, y que pasó a la historia del cine como uno de sus más brillantes estandartes bajo el nombre artístico de John Ford. La película es ¡Qué Verde Era mi Valle! Transcurre en un pueblo minero de Gales. Pero podría ser cualquier pueblo minero de Asturias. Tenemos la reconversión, la huelga, la lucha obrera, la emigración, la unión de los habitantes del pueblo, el accidente en la mina... John Ford hizo hace 73 años la película que nunca, ningún director ni asturiano ni español, ha sido capaz de hacer. 

"VERDE Y BRILLANTE BAJO EL SOL"

Richard Llewellyn escribió Qué Verde Era mi Valle en 1939. Mintió al decir que narraba su propia niñez en Cerrig Ceinnen. Llewellyn era inglés, no galés. Su descripción de la vida en el área minera galesa de Gilfach Goch tan sólo es el resultado de sus conversaciones con un grupo de mineros. 
También miente Ford. Gales no es Gales. Es Malibú. Ya tiene mérito el director artístico de la película, Richard Day, por haber conseguido que la soleada California pareciese la plúmbea Gales. La zona en la que se preveía filmar era objetivo de la aviación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, así que la Fox decidió que era mejor construir un plató de 32.000 metros cuadrados en las montañas de Santa Mónica. Esta decisión provocó que la película se rodase en blanco y negro, y no en color como se había previsto. La razón: el color de las flores del Sur de California no tenía nada que ver con el de las de Gales.
Qué Verde Era mi Valle es, en realidad, el fruto de una serie de casualidades. La Fox, con Darryl F. Zanuck al frente, pretendió convertir la novela de Llewellyn en una superproducción que rivalizara con Lo Que el Viento se Llevó. Una suerte de Cuéntame galés, pero a lo bestia. Pensó en William Wyler, pero el proverbial perfeccionismo del director franco-americano provocó que el presupuesto comenzase a subir y a subir sin freno. Wyler fue descartado. John Ford entró en escena. Afortunadamente. 
Las humildísimas raíces irlandesas de Ford le convertían en el director perfecto... pero no para una superproducción sino para una película íntima. La nostalgia de un hombre, que añora desde un país extranjero los días verdes y negros de su infancia. "Qué verde era mi valle entonces. Qué verde y qué brillante bajo el sol". 



SENSIBILIDAD Y VALENTÍA

Qué Verde Era mi Valle nos cuenta las peripecias de la familia Morgan, todos ellos consagrados a la mina, como todos los habitantes del pequeño pueblo. La economía de mercado comenzó a hacer entonces una labor de zapa que remataría Margaret Thatcher casi un siglo después. Los mineros, siempre dispuestos a la lucha y siempre dispuestos a unirse, son un peligro para los que buscan un silencio más espeso que el grisú. No son cómodos los mineros. Ni lo son ahora ni lo eran en Gales a comienzos del siglo XX. La película nos cuenta cómo unidos plantan cara al patrón, que impone una bajada de sueldos brutal. No ha cambiado gran cosa la situación: entonces y ahora la "amenaza" la conformaban gentes aún más pobres, que aceptarían el trabajo por dos perras. Los inmigrantes de hoy, siempre carne de cañón ante nuestra indiferencia. 
Sin embargo, la familia Morgan y el resto de habitantes del pueblo implican a esas nuevas gentes que aguardan, avergonzados, por un puesto de trabajo miserable. Se unen. Luchan. Pero la carne es débil. También lo es la dignidad.



El padre de familia (Donald Crisp que ganó el Óscar al mejor secundario por esta película), representa la desilusión, el cansancio, la inercia de los años. Se deja engatusar por el patrón. Compromete a su hija (Maureen O'Hara), que está perdidamente enamorada del cura, con el hijo del dueño de la mina en una maniobra con la que pretende asegurar el futuro de la familia, a fuer de resquebrajar la lucha de sus compañeros. 
Los mineros de Qué Verde Era mi Valle no triunfan en su unión. Saben que no pueden vencer. No nos habla de eso la película. Más bien nos habla de dos términos que son recurrentemente fordianos: la sensibilidad y la valentía. La sensibilidad es la que permite a los personajes de la película buscar justicia, pero no una justicia de manual, sino de carne y hueso, literalmente cutánea. Si uno sufre, todos sufrimos. La valentía es, en realidad, el motor de la película: la valentía de los hijos de Morgan, que se atreven a cuestionar todas las formas de pensar y de actuar que han cincelado los años y el miedo, y que se personifican en su padre. La valentía del padre Grufrydd (un portentoso Walter Pidgeon), que planta cara al obispo para defender no solo una justicia social tan ajena a la Iglesia, sino sobre todo el derecho a la educación, a la cultura, como motor de los siglos por venir. Esa dignidad épica del individuo fordiano se manifiesta aquí en todo su esplendor. 


RELÁJESE Y DISFRUTE

Qué Verde Era mi Valle es John Ford por los cuatro costados. No en vano, el director siempre afirmó que, de todas las películas que había filmado, esta era su favorita. La puesta en escena, el movimiento de la grúa, la forma de filmar de Ford, renacentista e íntima, desde entonces solo acariciada por Clint Eastwood, se conjugan con el humor, la retranca (tan asturiana como irlandesa), y algo que sólo los grandes pueden lograr: adelantarse a los pensamientos del espectador. Porque, ¿quién no está deseando que le partan la cara al imbécil del maestro de Huw?


Si van a ver por primera vez Qué Verde Era mi Valle, sepan que deben dejarse mecer por su emoción. Sepan que será una película en la que llorarán y reirán de principio a fin. Que no se oirá una mosca durante su proyección. Sepan que le transformará su visión del mundo y de las cosas que contiene. 

1 comentario:

  1. Magnifica descripcion de mi pelicula favorita.

    Gracias. Un saludo

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