jueves, 2 de octubre de 2014

62 Festival Internacional de Cine de San Sebastián (y 2)



DÍA 3


Amanece un día esplendoroso en San Sebastián. Las gentes caminan resueltas por las calles. Paseamos a todo lo largo de la Concha. Un grupo de rusas de mediana edad se comunican en voz alta. Quizá sea la primera vez que ven el mar. Regresamos despacio al centro y comemos en un asador antiguo, sombrío y silencioso. Un placer.
La primera película del día nos lleva de nuevo a los cines Príncipe. Se trata de Lost and Found: Six Glances at a Generation, algo así como Perdidos y Encontrados: Seis Miradas a una Generación. En realidad es un compendio de seis cortometrajes de directores de la Europa del Este nacidos durante los últimos coletazos de los regímenes comunistas. Participan el serbio Stefan Arsenijevic; la búlgara Nadezhda Koseva; el rumano Christian Mungiu, la punta de lanza del magnífico nuevo cine rumano; la bosnia Jasmilla Zbanich, el estonio Mait Laas y el húngaro Kornel Mundruczó. En general, los cortos tienen tono de comedia y nos muestran la desorientación de los habitantes de esos países tras años de comunismo y la apertura a un capitalismo que tampoco les satisface. En mi opinión, el mejor es el del húngaro Mundruczó, titulado Punzadas de Silencio, un cuento gótico y sombrío, con tintes freudianos, sobre un hombre que se dedica a prevenir los suicidios, que está enamorado de su hermana y que acude a la casa solariega en la que ella vive con su madre, recién fallecida, para intentar evitar que su hermana acabe con su vida. Plúmbeo y estremecedor. Los demás, pasables.
Tras un pequeño descanso, asistimos a la proyección de la chilena Matar a un Hombre. Tiene que haber algún convenio entre los gobiernos de Chile y España para que películas del país sudamericano se estrenen en salas comerciales. En los últimos dos años he visto más películas chilenas que en toda mi vida. Y todas me parecen a medio cocer. Sin embargo, fuimos a ver Matar a un Hombre porque venía precedida de buenas críticas. Tiene que haber un convenio.
La película está dirigida por Alejandro Fernández Almendras, que es este señor (el del micrófono).


El tipo fue sincero. Reconoció que se había dispersado un poco en la escritura del guión y que la idea original había mutado. Se nota, se nota. No se puede  aburrir tanto en 82 minutos (a no ser que se trate de Gritos y Susurros). Al final de la película se señala que está basada en hechos reales, pero, para entretenerse, uno no puede dejar de pensar en que es la sublimación de una experiencia real, sí, pero del propio director. Ese guarda forestal que llega a casa en los extrarradios de una ciudad chilena (no se especifica cuál), cruza una cancha deportiva y se ve acosado por los camellos que están jugando una pachanga despide un tufo a adolescencia difícil que no se puede aguantar. Entonces uno piensa: ¿Y si toda la venganza que intenta tomarse por su mano el pobre hombre no es más que lo que le hubiese gustado hacer al director con sus acosadores? Un sinsentido, lo sé, pero entretiene...


                             

Resulta que el hijo del protagonista trapichea, pero le debe tanta pasta al jefe de los camellos que este le pega un tiro. El chaval sobrevive, van a juicio, pero la condena es irrisoria. Cuando el pistolero sale de la cárcel, se dedica a hacerle la vida imposible a la familia del protagonista. Al chaval lo encierran en un camión y lo zarandean. A su hermana, el capo la agrede sexualmente. El protagonista revienta y se va a por el hombre. Lo mata, sí, pero los remordimientos son enormes. La policía comienza a sospechar de él. Y en un final que es lo mejor de la película, todos sus fantasmas vienen a visitarle y... y no cuento más. 
Matar a un Hombre ha sido designada para representar a Chile tanto en los Óscars como en los Goya. Pero está a medio cocer. 

Salimos pitando de la sala porque a continuación Fernández Almendras se disponía a mantener un encuentro con el público y nosotros ya habíamos tenido bastante con la película. 

En la zona de pintxos descubrimos las delicatessen de A Fuego Negro, una mezcla de bar musical, con preferencias por el soul, y restaurante avant garde en el que se puede comer, por ejemplo, risotto con helado de tinta de calamar o unos cubos de txitxarro para morirse. Puede parecer un sacrilegio para los más conservadores, pero el local estaba de bote en bote y con una media de edad bastante baja. 
Luego, nos dejamos caer por el Oquendo, cafetería mítica donde es casi ley que asista el famoseo festivalero. La pared de la derecha es impresionante: fotos de la dueña con Bruce Springsteen, con John Malkovich, con... bueno, con todo el mundo. Pero a la única que vimos que saliese en alguna foto de las que cubren la pared fue a la dueña. Nada de artisteo. Nos lo tomamos con filosofía. 


DÍA 4

Nuevo día soleado. Nuestro último día de visionado de películas. Tras una mañana apacible, las neuronas me juegan una mala pasada. Hay veces que hay que respirar hondo antes de tomar una decisión, y ese día se me olvidó respirar hondo. Así que me empeño en ir a echar un vistazo a la alfombra roja por la que discurre toda la pléyade de actores, actrices, directores y productores (también gente sin nada que ver con el cine) de camino a la gala de clausura en el Kursaal. Incautos. Fuimos con una hora de antelación al comienzo de la ceremonia, con la certeza de que encontraríamos sitio sin problema tras las vallas. Nada de eso. Una esquina y gracias. El resto, copado por adolescentes que buscaban cualquier cosa de Orlando Bloom y, sobremanera, de Nikolaj Coster-Waldau, uno de los protagonistas de Juego de Tronos. Además, por Ley de Murphy, el guardia jurado con mayor diámetro craneal siempre se pone delante, tapando cualquier campo de visión. Aguantamos media hora. Hicimos un esfuerzo titánico por salir del enjambre, y nos alejamos. No obstante, alguna foto cazamos, como por ejemplo la llegada del equipo de Lasa y Zabala.


Nos alejamos porque habíamos ido a ver películas, en realidad. Y la penúltima de nuestra estancia en San Sebastián era Totó y sus Hermanas, película de Alexander Nanau y encuadrada en la sección de Nuevos Directores. El título recuerda más al Rocco y sus Hermanos de Visconti que al ambiente pijo de Woody Allen y su Hanna y sus Hermanas. Porque el esnobismo no tiene cabida en este disparo al estómago que filma Nanau, en lo que ya es otra perla del deslumbrante cine rumano. Es como si alguien en España se decidiera a rodar una película en las 3.000 viviendas de Sevilla. Pero que no parezca una película. Que parezca un documental. (De hecho, me sorprende leer reseñas sobre Totó y sus Hermanas en las que se la califica de documental). Es todo tan nuevo, que en realidad da la sensación de que hayamos metido un telescopio en una mísera vivienda de un barrio marginal de Bucarest. Tanto, que hasta los protagonistas parecen actores. Totó es Totonel, un niño gitano, que vive entre desperdicios y sordidez. Sus hermanas son Ana y Andrea. Su madre está en la cárcel por tráfico de drogas. Su madre, sus tíos, sus primos y un vecino que pasaba por allí. Su padre los abandonó hace muchos años. 


La cámara de Nanau no se corta. Entra en el chamizo, rueda cómo se pinchan, cómo traen la heroína, cómo por un soplo la policía irrumpe en la casa y se lleva a media familia, entre ellas a Ana, la hermana mayor de Totó. Ana es procesada. Se intercalan imágenes de su madre en prisión, denegándole una y otra vez la libertad. Ana lo niega todo. Pasa unos días entre rejas. La sueltan y vuelve a delinquir. Es memorable el monólogo de Ana, personaje real, en pleno mono, desistiendo de vivir, porque sabe que la vida es imposible. Es demasiado tarde. 
La película se centra entonces en Totó y Andrea. Para ellos no es demasiado tarde. Quieren salir del pozo. Totó encuentra una vía de escape en el break dance. Gana un título local. Andrea es más sentimental. Busca la salvación en el amor, hacia los demás y hacia ella misma. Busca un sitio en el mundo. La película es tan fresca, que parece que son los propios niños los que la filman. De hecho, se intercalan imágenes filmadas por los chavales con su móvil. Son las escenas más tiernas, de las pocas que hacen olvidar tanta sordidez.
El leitmotiv del tramo final de la película es la salida de la cárcel de la madre. Cuando Totó y Andrea parecen haber sacado media cabeza del agujero, la libertad de su madre, por terrible que suene, significa volver a la oscuridad. El final es abierto. Los tres vuelven en autobús a la ciudad. La madre piensa. ¿Será capaz de cambiar su vida por sus hijos o será la vida la que la arrastre a ella nuevamente?
Totó y Sus Hermanas es un hallazgo. Una película de un lirismo apabullante dentro de un entorno inhumano que recuerda a Ladrón de Bicicletas o Los Cuatrocientos Golpes. El cine de Rumanía sigue dejándonos perlas.

Aún impactados por la película de Nanau, nos vamos corriendo al Victoria Eugenia. Un error de cálculo había desembocado en que casi se solapasen las dos películas. La que cerraba nuestra selección era Murieron por Encima de sus Posibilidades, de Isaki Lacuesta. Lacuesta ya tiene su Airbag. Su carrera me recuerda a la de Juanma Bajo Ulloa, que rodó una obra maestra como La Madre Muerta para, a continuación, sumirse en el humor fácil, la banalidad y lo carpetovetónico con Airbag. Sí, un éxito de público, pero jamás volvió a rodar nada relevante. Espero que no pase lo mismo con Lacuesta, al que considero un gran director. Hace tres años ganó la Concha de Oro con el meticuloso y artesanal Los Pasos Dobles, en el que, mitad ficción, mitad realidad, Miquel Barceló viajaba a Mali en pos de un tesoro recién descubierto. Fascinante, de verdad. Por eso sorprende esta "ida de olla" que es Murieron por Encima de sus Posibilidades. De hecho, el propio Lacuesta reconoció que era un desmadre cuando la organización del Festival le propuso participar en la sección oficial y rechazó la invitación. La verdad es que sí, que es un desmadre. Y verlo en segunda fila gracias a los "eficaces" ujieres del Victoria Eugenia, aún más. 


                                    

Bueno, al lío: la película pretende ser un panegírico de lo que Lacuesta entiende, ya no por la crisis, sino por sus causas y consecuencias. Cinco hombres acaban en un manicomio por crímenes que perpetraron impulsados por alguna de las causas de los recortes: los de sanidad: Albert Pla tira a su esposa (Emma Suárez) por la ventana del hospital a modo de eutanasia; los de educación: Julián Vilagrán se carga a la profe de su hija (Ariadna Gil) en un exclusivo colegio porque la expulsa del centro; el paro: Iván Telefunken carboniza por accidente a su madre (Ángela Molina) porque descubre que se ha metido a puta  para poder pagar la casa en la que conviven; y las deudas: Jordi Vilches y Raúl Arévalo. En fin. la cosa no empieza mal, con algún gag que lleva a la sonrisa, pero la película va entrando en una espiral absurda que va mermando el interés hasta llegar al bostezo. Sí, muy bonito lo de la banda de los pandas que van a cargarse al director del Banco Central, pero con unos argumentos tan manidos, con un humor tan bobalicón, con ramalazos hipsters... Si ya existe un Santiago Segura, ¿por qué imitarlo? Jo, Isaki, con lo gran película que es Los Pasos Dobles, hombre. Eso sí: arrasará en taquilla y me huelo nominación a mejor secundario para Albert Pla en la próxima ceremonia de los Goya. Sin el fondo, nos gusta ser informales. Es ideal. 

Mucho más gracioso y surrealista, sin comparación, fue lo que nos encontramos poco después en el Be Bop: el cumpleaños intergeneracional de una septuagenaria de camisa inenarrable y gafas de azafata del un, dos, tres. Bailes y saltos inopinados, con hijos, hermanos, nietos, cuñados, nueras, yernos... Despiporrante. Lo uno por lo otro.


Al día siguiente regresamos a casa. Llegando a Bilbao, descubrimos atónitos un desvío a Algeciras. Sólo en Bilbao es posible. En cualquier sitio se encuentran historias maravillosas. 


COROLARIO

El Festival de San Sebastián es exceso: exceso de famoseo, de fanatismo, de hormonas disparadas, de programación... pero San Sebastián es San Sebastián: el festival más importante de España y con Cannes, Berlín y Venecia, de Europa. Hay que ir. Otra cosa ya es lo de los Premios Donostia. Yo he llegado a la conclusión de que las productoras proponen en función de lo que quieren estrenar a lo grande, y el festival acepta. Denzel Washington: estrena película. Premio Donostia. Benicio del Toro, un actor correcto, estrena película: Premio Donostia. ¿Qué película vino a estrenar Bette Davis? ¿o Gregory Peck? ¿Cómo es posible que Fellini, Billy Wilder o Kurosawa no lo tengan? por decir tres. Mercadea, que algo queda. Ay, la mercadotecnia. 




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