viernes, 3 de enero de 2014

Películas para No Creer en la Navidad III

El Apartamento


The Apartment. EEUU, 1960. Dirección: Billy Wilder. Intérpretes: Jack Lemmon (CC Baxter // Buddy); Shirley MacLaine (Fran Kubelik); Fred MacMurray (Jeff D. Sheldrake); Jack Kruschen (Doctor Dreyfuss); Naomi Stevens (Mrs. Dreyfuss); Ray Waltson (Joe Dobisch); David Lewis (Al Kilkerby). Guión: Billy Wilder & IAL Diamond. Música: Adolph Deutsch; Fotografía: Joseph LaShelle; Montaje: Daniel Mandell. Dirección Artística: Alexandre Trauner. Glorioso Blanco y Negro.




Se me hace muy complicado escribir sobre El Apartamento. La he visto decenas de veces y, ya se sabe, cuando esto ocurre uno se mimetiza con la película y ya no ve más allá. La obra maestra, no ya de Billy Wilder, sino de la historia del cine, me tiene un poco perplejo. Y es que me identifico con ella. Me destroza los esquemas. Porque, verán, si no han tenido el enorme gozo de ver El Apartamento, sepan que los personajes principales son, a saber: un idiota pusilánime que se deja humillar sin piedad; una manipuladora que elige estratégicamente a sus amantes; un jefe sin empatía con su entorno, que aplasta cualquier sentimiento de los que le rodean; y una panda de hijos de perra, dados a la corrupción, con un único principio: conseguir lo que quieren a cualquier precio. Ese es el elenco y, sin embargo, creo que no hay película más fascinante, más romántica y más bella en la historia del cine.

¿Qué diablos tiene El Apartamento que nos engatusa? Yo he hecho muchas pruebas con esta película. Ponérsela a un compañero que detesta(ba) el cine. Se la tragó sin pestañear. Incluso se acurrucó en el sofá. Recomendársela a un amigo para que viera algo "clásico". Le entusiasmó. Hagan la prueba: véanla sin sonido: se entiende todo (prueba de que el guión es gigantesco y las interpretaciones fuera de lo común). Hagan otra prueba: vayan al baño durante la proyección. Cuando vuelvan, deberán preguntar aquello de: "¿Qué pasó?" Quizá sea ese ritmo endiablado, típico de Wilder, quizá que subrepticiamente El Apartamento habla de nosotros, de nuestros fracasos, de nuestros anhelos. Quizá la historia de Buddy y la Señorita Kubelik la hayamos vivido tantas veces en diferentes formas...

Una vida de perros


El Apartamento es, si le quitamos todas sus capas, una historia de amor. Se ha dicho muchas veces de Wilder que hizo un cine despiadado, sin esperanza, áspero y sin licencia para el romanticismo. Yo no lo veo así. Sólo que Wilder creía en otro tipo de amor. Todo el mundo sabe que la mejor escena romántica de la historia del cine la grabó Wilder en Primera Plana. Y es ésta:



La cosa es sencilla: CC Baxter, el penúltimo mico en una compañía de seguros (todo un sardonismo, puesto que sus responsables son de la peor calaña), está enamorado de la ascensorista de la compañía, la Señorita Kubelik. Pero, claro, ella lo ve como un mindundi. Prefiere acostarse con el director general de la empresa, que le pone los cuernos a su mujer sin miramientos. De hecho, todo el mundo engaña a sus esposas. Y, ¿dónde lo hacen? En el apartamento del panoli de Baxter. La mayor parte del tiempo en su trabajo lo emplea en diseñar los turnos. Lo hace, primero, porque teme a sus superiores. Luego, porque se considera un perdedor que ve en su autohumillación una oportunidad para medrar en la empresa, para conseguir un puesto algo menos alienante. 


Baxter es el prototipo de currante que nunca levanta la palabra, al que todo le parece bien y para el que el empresario siempre tiene razón porque, por lo menos, le paga. Algo que me hace recordar una pintada que vi anteayer en la tele. La pieza mostraba las reivindicaciones de los trabajadores de una empresa asturiana. En el suelo, con pintura azul, se leía: "Queremos trabajar y cobrar". Me pareció tan simple y a la vez tan gráfico del grado de humillación al que nos han llevado... En fin, volviendo a Baxter, su anhelo es abrirse las carnes ante los jefes para que le otorguen un pequeño ascenso. Pero no lo hace sólo por satisfacción propia, sino porque con ese ascenso cree que puede conquistar a la señorita Kubelik. Una estrategia inocente de un tipo simple, quizás el más simple de los que haya creado Wilder. Por eso, seguramente, llega a tanta gente. Sin embargo, Fran Kubelik, polaca, fría, manipuladora, tan sólo le da unas ínfimas esperanzas tras discutir con Sheldrake, el director de la compañía, con quien está liada. Él le pide esperar para divorciarse de su mujer y ella, despechada y viéndose segundo plato, se cita con Baxter para ver The Music Man. Luego le planta. Se ha arreglado con su amante. Nueva humillación.

Una Navidad de pena

El Apartamento se desarrolla durante la Navidad de 1959. Pero es una Navidad patética. Me gusta cómo Wilder despoja a sus personajes de pasado y de futuro. Son gente sin familia, sin relaciones, que parecen haber salido de la nada. Wilder no quiere que el espectador justifique comportamientos o planteamientos vitales con herencias genéticas. Todo un ataque de un austriaco ilustre, el propio Wilder, a otro austriaco ilustre, Freud. Wilder coqueteó con el Freudanismo, pero se hartó rápido. Baste recordar el personaje del psicoanalista austriaco que visita al condenado a muerte en Primera Plana, y al que acaban volándole los genitales de un disparo fortuito. 
El nudo gordiano de la película está en Nochebuena y Nochevieja. Es Nochebuena. Tras la fiesta de Navidad de la empresa, Baxter descubre que su amada está liada con el jefe (en un hallazgo de guión, Baxter se mira en el espejo roto que le presta la señorita Kubelik, y que él mismo había encontrado por la mañana en su apartamento). Baxter se sienta, borracho, a la barra de un garito. Todo es deprimente. Incluso Santa Claus entra, con varias copas encima, tras haber aparcado el trineo en doble fila. Baxter cuenta los Martinis haciendo un círculo con las aceitunas ensartadas en un palillo. Una solitaria, como él, intenta atraer su atención. Como un Cupido de cuarta, en vez de flechas le lanza pajitas. Todo en esa escena es decadente. 


Personas solitarias, que dedican canciones por una copa de ron (qué gran frase, siempre quise decírsela a alguien alguna vez). Una Nochebuena que se complica aún más. La señorita Kubelik, que se siente despreciada por Sheldrake, intenta suicidarse en el apartamento de Buddy. La ascensorista trata de quitarse la vida con una sobredosis de medicinas. Como si fuera una pócima mágica, tras sobrevivir, la señorita Kubelik cambia. Parece que las medicinas no la han matado, pero sí le han curado el alma. En un juego de equívocos típico de Wilder, el hermano de Fran Kubelik le propina un puñetazo a Buddy tras confundirle con Sheldrake. El mandoble (que es de verdad; basta ver la cara de lelo que se le queda a Jack Lemmon después), también transforma a Baxter. Es como si la sociedad, áspera y degradada, hubiera sacado lo peor de sí misma para salvar a los dos. En Nochevieja, la señorita Kubelik, obsesionada con conseguir, no ya quedarse con el director general, sino destrozar su familia, una cuestión de orgullo, vuelve a quedar con Sheldrake. Le quiere dar una enésima oportunidad. Mientras, Baxter empieza a empaquetar sus cosas. Deja el apartamento, una casa que recuerda a las de las películas de terror (no hay una buena película de terror sin una casa, desde El Exorcista a El Resplandor). Revolviendo en los cajones, encuentra un revólver. Lo blande. Juguetea con la idea del suicidio. Pero ahora hay alguien en este mundo despiadado que lo necesita: Fran Kubelik. De manera paralela, como en una epifanía, ella se da cuenta de lo mismo. Dos personas que quieren una nueva oportunidad en la vida, se necesitan mutuamente. Planta a Sheldrake y, en quizá la escena más hermosa de la historia del cine (dura sólo dos segundo pero, ¿cómo diablos está rodado éso?), corre hacia esa nueva vida.


                                   

Baxter le declara su amor. Pero no es un final feliz. Es, tan sólo, un final. Wilder los deja allí, solos, jugando a las cartas. No cree que estén hechos el uno para el otro. Pero, al menos esa Nochevieja, habrán vuelto a empezar.

Corolario

El Apartamento es una de las más grandes películas de todas las épocas, porque habla de tantas cosas... y además las cuenta Billy Wilder. El propio Wilder señaló que la idea la había sacado de otra obra maestra, Breve Encuentro, de David Lean, en la que una pareja que se conoce en una estación de tren (a ella le entra una carbonilla en el ojo y él se la saca) utiliza el apartamento de un amigo para sus encuentros íntimos. Parece demasiado bonito. Tony Curtis declaró en su día que Wilder empezó a escribir El Apartamento al observar cómo se las ingeniaba para acostarse con su infinidad de amantes durante el rodaje de Con Faldas y a lo Loco. Sabiendo como se las gastaba Wilder, ésta es la versión más plausible. En todo caso, es cierto que el genio austriaco concibió El Apartamento como una película mucho más banal. Cuando le ofreció a Fred MacMurray el papel de Sheldrake, le dijo que era una película sobre "f----r". De hecho, el primer título que manejó fue ¿Quién ha dormido en mi cama? y, socarronamente, había localizado una apartamento en la calle 69 de Nueva York para rodar interiores (luego se rodaron en estudio). Afortunadamente para Wilder y para el cine, el guión se fue escribiendo sobre la marcha, y esa frescura, esa modernidad, recorre toda la película como una corriente telúrica. Por eso, quizá, nos engatusa. Porque habla de nosotros, de todos los "nosotros" de la historia.

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