martes, 18 de junio de 2019

CONTORSIONISMO EN EL SOFÁ. CINE PARA NOCHES DE VERANO. CAP.4: "WALKABOUT", DE NICHOLAS ROEG

Walkabout. Australia, 1971. Dirección: Nicholas Roeg. Reparto: Jenny Agutter, Lucien John, David Gulpilil. Guión: Edward Bond, sobre una novela de James Vance Marshall. Música: John Barry. Fotografía: Nicholas Roeg. 100 minutos. Color.



INTRODUCCIÓN

Cuarta entrega de nuestro cine de verano. Si cuando leas esto te asas de calor, te recomiendo que veas Walkabout para que veas lo que de verdad es calor. Esta abrasadora (en todos los sentidos) película que se desarrolla en el desierto australiano tiene un pedazo de mí mismo en alguno de sus hermosísimos fotogramas. Porque, creo, aunque la memoria de aquellos días inmensos es ya como la última nube de la primavera, que es mi primer recuerdo cinematográfico. Me veo a mí mismo alucinado ante la gigantesca imagen del desierto y un niño deambulando, medio asado, por la arena. Puede que no fuese Walkabout y fuese otra película similar. Algo que siembra en mi interior un grano de incertidumbre, casi de desasosiego: si no era Walkabout, ¿qué película constituye mi primer recuerdo? Quiero conocerla, por favor. Si de verdad Paul McCartney se estrelló con su Austin en la madrugada del 8 de noviembre de 1966, y desde entonces fue sustituido por un doble, ¿quién es el genio que compuso The Long and Winding Road?

LA FASCINACIÓN DE LO RARO

Walkabout es una película rara y, por tanto, fascinante. Aclaro: rara es una forma llana de decir experimental, diferente y con una lógica/ilógica interna que la convierte en una experiencia global. Es decir, no se ajusta a los cánones de las películas de consumo cotidiano. Así era Nicholas Roeg, el hijo de un traficante de diamantes de sangre, que por aventura un día cruzó la calle en la que vivía, en el (selecto) barrio londinense de Marylebone y entró por la puerta de los estudios Marylebone. Sólo por probar y porque estaba cerca de casa. Empezó llevando tazas de té a los rodajes y terminó cambiando la forma de hacer cine en Gran Bretaña. Hoy día considerado un maestro por los más destacados directores británicos, Roeg fue un tipo extraño, como sus películas. Su maestría como operador de cámara le permitió ser director de fotografía de segunda unidad (osea, los que fotografían planos generales y escenas con muchos personajes) en una de las películas mejor fotografiadas de todos los tiempos: Lawrence de Arabia. David Lean quiso que fuera jefe de operadores en Doctor Zhivago, pero a Roeg le incomodaba la disciplina maniaca de Lean, así que lo mandó a esparragar. Optó por la libertad y desechó la gloria. 
Con el tiempo, se convirtió en uno de los directores preferidos del Swinging London, fenómeno predecesor necesario de la Movida madrileña. A Roeg, sin embargo, le tiraba más la fotografía que la dirección. Curiosamente, la esplendorosa fotografía de Walkabout es la única en la que Roeg firma oficialmente. 
El cine de Roeg se caracteriza por tres rasgos fundamentales: una potencia visual apabullante, una forma de narrar no lineal, lo que de hecho causa desorientación en el espectador, y unos personajes fuera de su hábitat natural y, por ende, perdidos, como el extraterrestre encarnado por David Bowie en El Hombre que Llegó de las Estrellas o los niños sin nombre que se pierden en el desierto en Walkabout.


 MATERIA Y ESPÍRITU

Walkabout es el término anglosajón para el adolescente que se somete al rito de iniciación de los aborígenes australianos. Consiste en que el individuo pase un mes solo en el desierto, sin víveres y enfrentado a cualquier peligro que le salga al paso. Deberá fabricarse sus propias armas (lanzas y boomerangs principalmente), ganarse el sustento a través de la caza y nutrirse de raíces y del agua que corre bajo tierra y que el joven deberá sorber con una caña después de aprender en qué lugares palpita un manantial subterráneo. El adolescente termina haciéndose uno con el desierto, se mortifica colgándose de los árboles como un crucificado, o imita a los animales efectuando bailes que emulan el movimiento ampuloso de los canguros o pintándose la cara con los colores de los lagartos. 
En la película existen dos ritos de iniciación: el del joven aborigen y el de dos escolares ingleses, una chica de 14 años y un niño de 9, hermanos, residentes en un barrio residencial de Sidney y que, quizá voluntariamente, se pierden en el desierto. Su padre, alcohólico y endemoniado por la esquizofrenia de la gran ciudad, los lleva de picnic a lo que los habitantes no aborígenes llaman el Outback de Sidney, esto es, la parte trasera, la que no se ve ni la que se tiene en cuenta y donde residen unos seres casi mitológicos y estigmatizados, anclados al Neolítico: el desierto. El picnic es una disculpa para la autodestrucción: el hombre primero intenta matar a sus hijos y, ante su fracaso, decide suicidarse. Comienza así un viaje fascinante y abrasador. 


Walkabout es una película sobre la huida que, como todas las huidas de verdad, no es exterior sino interior. Y también sobre el aprendizaje, sobre las primeras veces. Mientras el niño (sin nombre, como todos los personajes, pero interpretado por el hijo del director) juega a matar y a disparar su pistola de agua, en su tránsito por el desierto aprenderá lo que es realmente matar. Mientras la chica practica en el colegio una dicción perfecta en un ejercicio casi extático, en el desierto aprenderá a comunicarse de verdad, siempre por medio del silencio. Mientras el enfermizo padre de ambos espía a su hija mientras se baña en la piscina con una mirada de erotismo malsano, la propia joven entrará en contacto con el deseo más libre y puro, en una carnalidad que se extiende por todo el metraje. Ambos abandonan la "civilización" para reinventar el mundo, para asistir a ese momento al que, particularmente, me gustaría viajar, en el que se pronunció la primera palabra de la historia. 
El viaje, por tanto es material y espiritual. Roeg, en un alarde de fotografía y encuadre, nos muestra toda la rudeza del desierto, sus animales fantasmagóricos, que llevan ahí millones de años, sus trampas, y también a los habitantes del desierto, los aborígenes. Existen planos alucinantes en los que el joven aborigen parece una pintura de una caverna del neólitico. Es un hallazgo técnico el que logra Roeg que dota a la película de una fascinación mágica. Pero el encuentro entre los tres muchachos tiene también un componente espiritual: el joven aborigen guía a los dos europeos por un camino de iluminación hacia un lugar sin nombre y desconocido, hacia una utopía que, como todas las utopías, se desvanece al primer soplo: llegará la hora de decidir. El joven aborigen se funde con la naturaleza, se hace árbol y arena. Los dos hermanos sienten la llamada de la civilización, sienten el reclamo de la sangre que late en el hormigón, las clases de dicción y la seguridad del hogar. Y todo habrá terminado. 



COROLARIO

Walkabout es una película imborrable porque es pura improvisación. El guión constaba de tan sólo catorce páginas. El ingenio y la técnica de Roeg hacen el resto. Y es que todos hemos estado ahí, todos hemos estado en ese paraíso que hemos perdido o perderemos en algún momento. Como reza el poema con el que termina la película, el Canto 40  del poemario Un Muchacho de Shropshire, de Alfred Edward Housman: En mi corazón un aire que mata / desde tu lejano país sopla / ¿Qué son esas tristes colinas? / ¿Qué cimas y granjas son esas? // Esa es la tierra del contento perdido // Veo resplandecer muy ceñido // el alegre sendero que atrás dejé // y por el que ya no puedo volver.

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