martes, 25 de junio de 2019

CONTORSIONISMO EN EL SOFÁ. CINES PARA NOCHES DE VERANO. CAP.5: "HUD", DE MARTIN RITT

Hud. EEUU, 1963. Dirección: Martin Ritt. Reparto: Paul Newman, Patricia Neal, Melvyn Douglas, Brandon De Wilde. Guión: Irving Ravetch & Harriet Frank Jr., sobre la novela Horseman, Pass By, de Larry McMurtry. Música: Elmer Bernstein. Fotografía: James Wong Howe. 107 minutos. Blanco y Negro.


INTRODUCCIÓN

Quinta entrega de nuestro cine de verano. Paradójicamente, al tiempo que escribo una densa niebla oculta el horizonte, el Cantábrico, la zona portuaria... mientras en el resto de España se achicharran. Osea que cine de verano, para cualquier sitio menos Asturias. También en Texas. Son las 06.30 horas. El día comienza a despuntar y ya hay 22 grados. Las calles del pueblo están desiertas, como si una fiebre hubiese acabado con todos los vecinos durante la noche. Un chaval busca a su tío Hud. Han encontrado una vaca muerta en las posesiones de la familia. Puede que alguien la haya matado. Alguien... o algo. Pero Hud sólo puede estar en un lugar: en alguna habitación que palpite de calor, junto a alguna mujer, soltera o no, del pueblo. Hud, un personaje misterioso, mujeriego, egoísta, pragmático, desalmado. Hud, el más salvaje entre mil, subtítulo que llevó la película en España.



COMO LA PESTE

Hud puede verse como una película típicamente sureña, con sus días largos y su tedio, con su calor sofocante, el ganado, los vaqueros, las hormonas y un chaval que busca su destino... o como el germen de muchos males que afectan actualmente a medio mundo. En realidad es ambas cosas. Larry McMurtry, autor de la novela en la que se basa la película, es también el autor de The Last Picture Show, texto que llevó al cine Peter Bogdanovich para firmar una de las grandes películas de todos los tiempos. La decadencia, la sensación de fin de época y, por tanto, de comienzo de otra, el inmenso golpe que resulta despertar a la edad adulta y, sobre todo, ese momento crucial, esa epifanía, que consiste en verse en el espejo, en reconocerse en los otros, en pasar el mal trago de verse a uno mismo según te ven los demás. Todo eso comparten The Last Picture Show y Hud, una suerte de predecesora de la película de Bogdanovich. 
Pero también hay otra lectura, la ética. Hud Bannon no es un personaje, sino un estado del alma. Estados Unidos ha ganado la guerra, pero paradójicamente ha traído zozobra al mundo. Hud es prepotente, un hombre sin principios, una fachada imponente que oculta un interior podrido. No hay la más mínima sensación de empatía en ningún momento de su vida. Dejó morir a su hermano, e intentará dejar también morir a su padre no sólo por rencor, por haberle plantado cara, sino también por heredar sus bienes. Hud es la encarnación del calor infernal que asola al pueblo, de la fiebre que mata al ganado, de la angustia que carcome a su padre o del dolor que ahoga a Alma (un nombre nada casual), la asistenta que atiende a su padre y a su nieto, Lonnie, sobrino de Hud. Hud es como la peste: se propaga y mata, pero no tiene una encarnadura, porque es, en síntesis, todos los bajos instintos del ser humano.
Hud, se anticipa, de esta manera, a los tiempos de Trump, de Bolsonaro y otros nombres que suenan más cercanos. Es como si McMurtry o Ritt, magistral en la dirección, hubiesen visionado el futuro. Esa corriente sin principios que va ganando terreno, como la fiebre, hasta infectarlo todo. Homer Bannon, el padre, es la antípoda de su hijo: todo en él es ética y firmeza... hasta el final.
La maestría de la forma en que Ritt cuenta la película reside en hacer de este canalla un personaje de un atractivo irrefrenable. Que el papel lo interprete Paul Newman ayuda, qué duda cabe, pero Hud es una película de unos planos icónicos. Cómo conduce, cómo observa, cómo come, cómo bebe, cómo Hud hace de Hud le convierte en irresistible para las mujeres y para los hombres y un ídolo para su sobrino. Paul Newman expresaría su sorpresa, años más tarde, porque muchos chicos colgaran el póster de la película en las paredes de sus habitaciones, como un ídolo al que adorar. En los 60, ya veis, el cine era la única red social.




BELLEZA EN MEDIO DE LA INFAMIA

Martin Ritt, un director no muy conocido pero que firmó grandes películas como El Largo y Cálido Verano, La Gran Esperanza Blanca o Norma Rae, alcanza con Hud su cenit. Ritt, en la lista negra de la vergonzante Caza de Brujas de los 50, supuestamente por haber militado en el Partido Comunista Norteamericano, desembucha en cada fotograma su rabia por haber sido linchado moralmente y dibuja con precisión las líneas maestras del fascismo como una plaga que se filtra por las paredes de las casas, ya sean mansiones o chamizos. Y lo hace con una belleza sobrecogedora. Primero, con la maestría del operador de cámara, James Wong Howe, que firma una de las fotografías más bellas de la historia del cine, con unos cielos que parecen precipitarse sobre los personajes. Había que hacer un trabajo perfecto para retratar en todos sus matices dos de las miradas más bellas del cine mundial: la de Paul Newman y la de Patricia Neal. Newman está como nunca. Quizá sólo muchos años más tarde, en Veredicto Final, alcanzaría un nivel interpretativo tan rico y tan rotundo. Patricia Neal está como siempre: arrebatadora, dibujando un personaje lleno de pliegues, un personaje tan amargo que sólo tiene esperanza. Neal aún tiene el récord de haber ganado un Óscar a la mejor actriz por interpretar al personaje que menos tiempo sale en pantalla: sólo 21 minutos, pero qué 21 minutos. Uno cierra los ojos y piensa en la película y sólo recuerda la mirada de esta actriz portentosa, una mirada más melancólica y desamparada que en otros trabajos: durante el rodaje falleció su hija Olivia, de sólo siete años, una especie de maldición que persiguió a la actriz durante toda su vida, sobre todo durante su atormentado matrimonio con el escritor de literatura infantil Roald Dahl. El personaje de Alma, asistenta en casa de los Bannon, y objeto de deseo de Hud y su sobrino, parece el correlato de su propia vida. 


COROLARIO

Hud es la crónica del comienzo de una enfermedad. Una enfermedad que mata, amputa, marca y deja señales indelebles. Una enfermedad encantadora, arrolladora, pero enfermedad al fin y al cabo. Sólo el que cree haberlo encontrado todo está preparado para morir. Buscar, huir en suma, nos mantiene vivos. Buscar, huir, es el único antídoto para la plaga. 

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